TSte comprende que la señora Cospedal esté negra con los problemas que con los tribunales de Justicia tienen numerosos miembros de su partido, incursos en casos de corrupción, pero lo que no se comprende es que antes de aceptar el cargo no girara visita a las sentinas del mismo. Las honras y las pompas ciegan, el mando en plaza extasia y alimenta la vanidad, pero lo que Rajoy le encargó en su día no fue dirigir un coro de niños, sino, como secretaria, un partido, el Popular, en el que la gente, por ejemplo, se espía entre ella. ¿Cómo puede esa mujer acusar ahora a nadie, incluso ni al Gobierno, de que se les espíe desde fuera? Sin embargo, más grave que eso es el hecho de que quien ocuparía un importante cargo en el Gobierno de la nación si el PP accede al mismo, considere que el pillaje y el cohecho perpetrados por gente del PP no deben ser perseguidos por el fiscal ni por la policía, pues si lo hacen es que se hallan, según ella, en manos de sus adversarios políticos, y eso les invalida.

La infamante realidad, confirmada por los recientes resultados de las Europeas, de que allí donde las aguas del PP bajan más turbias es donde gana con margen más holgado, pudiera haber ensoberbecido a Cospedal. La corrupción de algunos de los nuestros, debe pensar, no es que no nos afecte, sino que nos afecta positivamente, de suerte que no sólo no hay necesidad de un discurso regenerador, ni de expresar propósitos de enmiemda, ni mucho menos de echar del partido a los tunantes y a los bandoleros. Así, con docenas de imputados en hechos delictivos, más con otras docenas de sospechosos, estamos bien, ganaríamos de calle los próximos comicios, de modo que no nos fastidien ni nos venga la pasma con pamplinas. Sólo desde esa perspectiva, desde esa hipótesis, se entendería ese cierre de filas permanente del PP de Rajoy y Cospedal con sus malandrines. Les va bien con ellos, y las urnas, donde la democracia acaba trizada en papeletas inertes, les son así, al parecer, propicias.