Nunca he podido soportar el dicho de que la mujer de César no sólo debe ser honesta sino parecerlo. Y no porque opine que las apariencias importan poco, que también, sino porque siempre me he preguntado por César. ¿Qué pasa con César? ¿El no necesita parecer honesto? ¿Tiene bula para lo que le pete? Mucho me temo que antes de que el poético relato bíblico convirtiera para siempre a la hembra humana en costilla de Adán , nuestra situación de sumisión era ya inamovible y perpetua, qué casualidad, en todas las culturas, en todas las civilizaciones, y aunque suene demagogo, políticamente demasiado correcto, revanchista y descaradamente feminista, nuestra moderna, civilizada y occidental sociedad sigue a años luz de conseguir la igualdad, porque el derecho a la propiedad y la preponderancia del varón rige indeleblemente grabado en nuestro subconsciente y aflora en cualquier momento, en cualquier lugar, en las mentes más inteligentes y paritarias sea cual sea su sexo. Grabado con una tinta tan imborrable, que parece tristemente improbable que logremos eliminarlo alguna vez. Miles de escollos surgen en el necesario camino de la igualdad. A pesar de los avances en el campo legal, en el uso cotidiano la desigualdad se resiste a desaparecer. Una amiga me recriminaba el otro día cariñosamente que llamara sólo Soraya a la portavoz del PP en el Congreso. "A los políticos varones siempre se les llama por el nombre y por el apellido, pero a ella no. Es como tomarla poco en serio". Pillada en falta y para desactivar su argumento aduje que a Pepiño se le llama sólo Pepiño pero aunque creo que el problema no es ni mucho menos de lenguaje y lo de miembras y jóvenas me parece memez grande, algo en mi fuero interno le ha dado la razón. Tal vez por haber vivido hace poco una situación nada gratificante, que les relato. Desde hace unos meses tengo la suerte de que este periódico publique mis artículos. Me encanta opinar, pero sin experiencia en estas lides, sigo sorprendida y agradecida de que mis modestas palabras se consideren lo bastante dignas como para que usted, amable lector, las lea. Dicho esto me van a permitir un desahogo impropio de columnista avezada, pero adecuado a mi condición de mujer ninguneada. La primera vez que lo oí lo consideré molesto pero intrascendente: "¿No te los escribirá tu marido?". Lo tomé a broma: "Sí es mi negro, en todos los sentidos". Pero cuando se repitió en diversas formas y procedencias diversas, flipé. "¿Le consultas a tu marido lo que escribes?" "¿El te ayuda?" "¿Te aconseja sobre lo que tienes que escribir?". Reverencio a mi cónyuge y sé que es hombre de mérito, de lo cual me ufano, pero aunque yo no soy Suri Hustvedt , él tampoco es Paul Auster , y todos esos conocidos lo saben.

Servidora es filóloga y profesora de literatura y si no creyera que mi caso trasciende lo meramente anecdótico no me atrevería a llamar su atención sobre mi humilde persona, pero el otro día, la académica Carmen Iglesias en la presentación de su libro No siempre lo peor es cierto denunciaba que todavía los hombres aún no ven a las mujeres de forma natural: "Aún despertamos en ciertos varones inquietud, odio, amor, a la par- El otro día di una charla en la Real Academia de la Lengua Española. Al terminar, me hicieron un par de preguntas personales y pensé: Si fuera hombre, no me las harían". Salvando las enormes distancias entre ella y yo la pregunta es: ¿qué hay en nuestro imaginario colectivo para que a pesar de que en Occidente afortunadamente las mujeres no tengamos que competir en las Olimpiadas con velo, se mantenga una consideración todavía tan distinta de la mujer y el varón, consideración que invariablemente presupone en ellas una condición inferior a la del macho, por mucho que hayan demostrado --y no es mi caso-- con creces su valía? No es victimismo, es sólo fastidio enorme el que siento cuando veo que si me pongo a escribir, personas inteligentes consideran que tiene que ser cosa de mi marido. Porque cuando él a veces lo ha hecho nunca nadie me ha preguntado si se lo había escrito yo. Dirán ustedes que qué artículo de opinión es este y yo digo que qué poso milenario de machismo irredento hay en nuestras mentes --masculinas y femeninas-- para presuponer la superioridad del hombre sobre su mujer. Será que todavía estamos como en el siglo XV, cuando Sempronio, el criado malo, le soltó a Calisto al ponderar este las maravillas de Melibea: "Aunque sea todo eso verdad, por ser tú hombre eres más digno- ella es imperfecta, por el cual defecto desea y apetece a ti y a otro menor que tú". Ella es imperfecta. Esta idea sigue latente en muchos intelectos. No creo que sea sólo culpa de los hombres aunque muchos mantienen todavía cierto recelo por la mujer inteligente y como en los versos de Lope de Vega se apuntan al: "Más quiero boba a Diana, que bachiller a Teodora". Dejemos estas citas para la literatura y desterrémoslas de una vez de nuestra vida real.