Los efectos de la crisis han dejado al descubierto las causas que la provocaron. Y ahora, conscientes de los errores cometidos y con el angustioso deseo de corregirlos, hemos pasado del despilfarro colectivo a la obsesión del ahorro y a drásticos recortes del gasto que asustan y desconciertan al más valiente y sosegado.

Además, para completar la histeria colectiva, los poderes económicos y una legión de sesudos economistas, nos quieren convencer de la necesidad urgente de hacer recortes sociales y una profunda reforma laboral para recuperar cuanto antes, dicen, la senda del crecimiento. El crecimiento de quién y a costa de quién, habría que preguntarse.

Crecer, crecer. Siempre crecer. Estamos tan metidos en la dinámica obsesiva del crecimiento, basada en la producción y consumo delirantes, que ni hundidos en el pozo de la crisis somos capaces de reflexionar sobre la necesidad de variar el rumbo que nos condujo a la situación actual.

Si la capacidad de producción es infinitamente superior al poder adquisitivo; si la población mundial crece exponencialmente; si los recursos cada vez son más escasos y la contaminación está desbocada, tal vez ha llegado el momento de considerar como razonable el crecimiento cero. Aunque para salir de la encrucijada actual, lo verdaderamente revolucionario sería apostar por la senda del decrecimiento.

Pedro Serrano Martínez **

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