La cumbre de la FAO inaugurada el pasado martes en Roma aspira a poner, según los análisis más optimistas, un parche a la crisis alimentaria mundial, que es uno de los problemas mayores a los que se enfrenta la Humanidad, puesto que amenaza la subsistencia de unos 1.000 millones de personas en todo el planeta. Y es que el llamamiento hecho a la comunidad internacional por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, para que la producción de alimentos aumente el 50% de aquí al año 2030 cabe ser considerado no más allá que un programa de mínimos, una exigencia que debe completarse con una inversión anual de unos 13.000 millones de euros para atender las necesidades más perentorias. Dos objetivos que se antojan bastante alejados de la capacidad de influencia de la propia FAO, una institución acusada con demasiada frecuencia de ineficaz y vaciada de parte de sus funciones por la endémica burocracia de la ONU a través del Programa Mundial de Alimentos.

El tercer objetivo, enunciado de forma no tan explícita, pero no por ello menos importante, parece aún más inalcanzable: el establecimiento de mecanismos de control que eviten los efectos más perversos de la especulación en los mercados de las materias primas, el crecimiento de los cultivos dedicados a la obtención de biocombustibles y el proteccionismo agrario de la Unión Europea y Estados Unidos. El peso de cada uno de estos factores es diferente, pero la combinación de todos ellos ha disparado el precio de los cereales, del forraje y de la carne. Haría falta la acción coordinada del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio para vencer las tensiones especuladoras en el sector de la producción de alimentos, en el que se han refugiado muchos inversores, ahuyentados del mercado financiero por la crisis bancaria en curso.

Las ayudas anunciadas por España --500 millones de euros-- y Francia --1.000 millones de euros-- de aquí al 2012, los dos únicos países que han echado su cuarto a espadas y han concretado su contribución, deberían inducir gestos de solidaridad similares de los demás países desarrollados, todavía inéditos de cualquier gesto solidario. En caso contrario, es improbable que los organismos internacionales, con las contribuciones ordinarias de los estados, puedan paliar las necesidades más acuciantes. Porque algunas previsiones --crecimiento de la población, aumento de los precios, aumento de la demanda de las clases medias de las potencias emergentes y cambios en la dieta-- son inamovibles y otras --aumento de la población condenada a una economía de subsistencia, caída de la rentabilidad de algunos cultivos tradicionales-- solo pueden corregirse si existe voluntad política y la concertación internacional necesaria para lograrlo. Hasta ahora de la cumbre de Roma no puede sacarse ninguna conclusión que invite a ser optimista.