WBwolivia vive otra de sus endémicas crisis. Esta vez hay un matiz insólito: los insurgentes son indígenas y mineros que piden la nacionalización de los hidrocarburos, así como unas elecciones democráticas anticipadas. El presidente dimisionario, Carlos Mesa, un independiente que asumió el cargo en octubre del 2003 por la marcha precipitada del ultraliberal Gonzalo Sánchez de Losada, ha sido incapaz de controlar la situación. Con su salida intentaba evitar el baño de sangre que supondría una intervención militar. Pero esa renuncia no garantiza legalmente nada: para que se puedan celebrar nuevos comicios deberían renunciar también a sus cargos los presidentes de la Cámara baja y el Senado.

Entre la incertidumbre y el caos, las dimisiones pueden servir para ganar tiempo. Pero por sí solas no resolverán el fondo del problema: el hecho de que su petróleo y su gas enriquecen a otros y no dinamicen la economía del país. Todo apunta hacia la llegada al poder de opciones políticas indias, pobres y socializantes que hasta ahora estaban marginadas. Pero eso, y el riesgo de una deriva populista, preocupan tanto a los países vecinos como a las potencias más sensibles a los intereses de las multinacionales.