Después de trece semanas de protestas es improbable que los líderes de la movilización en Hong Kong se den por satisfechos con la retirada de la ley de extradición, anunciada el pasado miércoles por la primera ministra Carrie Lam. Al mismo ritmo que se ha llenado la calle han aumentado las reclamaciones, en especial el reconocimiento en la excolonia del sufragio universal para acabar con la tutela de China sobre los procesos electorales. O lo que es lo mismo, la movilización pretende hacer realidad el principio un país, dos sistemas en el plano político de igual forma a como lo es en el económico; pretende, en suma, acotar la sujeción de los gobernantes de Hong Kong a los dictados de Pekín.

Hong Kong conserva su relevancia como pasarela de capitales y financiación entre China y el exterior y cuenta con el cuarto mercado bursátil del mundo. Comercios, bancos, multinacionales y magnates ansían que vuelva de una vez la paz y el pragmatismo. Pero sus mejores días son ya lejanos, acosada por Singapur y las grandes urbes chinas. Su contribución al Producto Interior Bruto nacional ha caído del 20% al 3% desde el regreso a la Madre Patria y su economía coquetea con la recesión. Su crecimiento del 0,6 % es el más bajo desde la crisis financiera global y, con la desaceleración de la economía china y la guerra comercial, las perspectivas son oscuras. En ese degradado contexto han emergido las protestas de los últimos días. La ocupación del aeropuerto durante dos días prueba la habilidad de los antigubernamentales para gripar la armoniosa y fiable maquinaria hongkonesa.

Ni el coste económico de la indignación popular ni la devaluación de Hong Kong a medio plazo como gran mercado financiero son datos suficientes para sofocar la revuelta. Como en el año 2014 con la crisis de los paraguas amarillos, sí es concluyente para mantener la tensión el miedo a que el Gobierno chino pretende reducir los usos democráticos a una formalidad. En última instancia, el presidente Xi Jinping y los inspiradores del levantamiento coinciden en una sola cosa: del desenlace de esta crisis depende que Hong Kong siga teniendo perfil propio o se atiene al modelo de capitalismo sometido al Partido Comunista que ha hecho de China una gran potencia global. Un asunto que no quedó cerrado en el momento de la descolonización, pero que es trascendental para el futuro del pequeño enclave.