La crisis en la que cabalgamos acaba produciendo efectos imprevisibles. En una versión muy peculiar del efecto mariposa, podríamos concluir que una hipoteca impagada en un suburbio de Chicago acaba evitando, con el tiempo, un divorcio en Extremadura.

El paisaje que dibuja la información que hoy publica EL PERIODICO EXTREMADURA es que parejas que han podido plantearse la ruptura acaban desechándola porque la nueva situación implica una carga muy difícil de llevar. Crecen las dificultades para llegar a acuerdos que el divorcio-express permitía con una cierta alegría y se dan iniciativas de las partes para impulsar un cambio en las cláusulas, en especial las referidas al pago de pensiones.

Por su parte, aquellos que piensen en el divorcio como solución van a pensárselo dos veces. Parece como si la máxima de San Ignacio de Loyola se hubiera puesto al día: "En tiempos de tribulación, no hacer mudanzas". Y es que un divorcio no es sólo una ruptura sentimental sino una complicada operación financiera que implica pasar de una economía de escala, tendente al ahorro, a un nuevo escenario que genera, por descontado, un mayor desembolso, una menor liquidez. No se trata solo de hacer frente a una carga como la de la hipoteca, sino de asumir los retos de futuro, con una nueva vivienda, nuevos gastos fijos, más responsabilidades en todos los sentidos.

Una tendencia dominante en nuestros tiempos, la de la separación civilizada, puede verse truncada por causas ajenas a las querencias de los cónyuges, con lo que ello implica de tensión familiar.