Según Facua-Consumidores en Acción, el precio medio de una entrada de cine en España es de 6,35 euros. Así pues, si es usted una dama libre de cargas familiares y no está dispuesta a perderse ninguna peli de George Clooney , con seis eurillos y pico por sesión se apaña. Ahora bien, pongamos que tiene a su cargo dos niños y a un marido a su vera, y una tarde deciden ir todos a ver una superproducción de la Disney que a sus niños le han metido por los ojos vía televisión infinitésimas veces. Entonces tenga a mano calculadora y sume y siga. Cuatro pases, veinticinco euros y pico; y si a eso le añade el importe de las obligadas palomitas y coca-colas, sobre treinta y cinco euros. Cuando termina la película recuerda haber leído en una revista el caché de actores y actrices de cine. Cada uno se embolsa un dineral por película rodada, ¿cómo no va a ser caro el cine? Y te dices que a pesar de la crisis, los ídolos potenciales siguen viviendo en la ostentosidad absoluta, nada ni nadie les arruga, están a salvo del peligro.

Basta abrir un periódico deportivo para darse cuenta del valor en alza que tienen las filigranas que pueden hacer algunos futbolistas. Si ayer un equipo pagó 40 millones de euros por un goleador, hoy otro paga 60. De ahí la proporcionalidad en el encarecimiento de las entradas de fútbol, en algunos casos sólo para ver a un ídolo del balón. ¿Y qué me dicen de los músicos endiosados? Llenan estadios de fútbol a 40 o 50 euros por barba. Las entradas se venden como rosquillas, y el que no ande espabilado, con suerte la compra en la reventa al doble del precio. Con crisis o sin crisis, los ídolos siguen a su ritmo y el resto de los mortales bailamos a su son.

Uno, que es un poco ingenuo, se pregunta qué milagros hacen estos trabajadores para tener sueldos tan astronómicos. ¿Tan preferente y necesaria es la mercancía que producen que ni siquiera en tiempos de crisis baja de precio? Sólo encuentro una respuesta: mientras haya idólatras pródigos habrá ídolos sobrevalorados.