WLw a acusada recuperación de los mercados bursátiles de ayer guarda proporción con las caídas en picado de las jornadas anteriores. Sucedió en todas la plazas financieras y, para desasosiego de los inversores, es solo aparente, porque fundamentalmente responde al cortoplacismo con que están actuando las autoridades monetarias, obsesionadas por evitar el colapso del sistema financiero, aunque sea a expensas de que sus efectos se extiendan durante un par de años.

El repunte unánime de ayer se debe a la receta de urgencia que se está gestando entre el Departamento del Tesoro, la Reserva Federal (Fed) y el Congreso de EEUU para la creación de una agencia estatal ---de contornos aún muy imprecisos-- que asumiría todas las inversiones de alto riesgo que han llevado a cabo los bancos y las compañías de seguros y que son de difícil recuperación, total o parcialmente. Lo que están gestando esas instituciones es algo así como un servicio público de recogida selectiva de basura financiera, sin renunciar a las posibilidades de reciclaje y venta posterior. Esta propuesta, que comporta un altísimo coste, volverá a poner en cuarentena la maltrecha cotización del dólar frente a las monedas de peso internacional, entre ellas el euro.

Dada la magnitud del caos mundial que han generado los gestores temerarios que han pululado por Wall Street y demás plazas financieras los últimos años, amparados por la doctrina de relajación total de controles que ha patrocinado la Administración de George Bush --su herencia económica va a resultar tan pesada y difícil de digerir como la incertidumbre que ha ocasionado en el concierto internacional--, la solución que ahora se propone hay que aceptarla como un mal menor, vista la convulsión de los mercados. Pero hay que tomar nota de que en el desafío entre especuladores sin escrúpulos y autoridades monetarias de EEUU y de la Unión Europea, van ganando los primeros. Y no hay mejor prueba de por dónde va la partida entre unos y otros que comprobar cómo en situaciones límite como la que hemos vivido las últimas semanas, ha de aparecer el dinero público, obligado a evitar males mayores.

El corto plazo --es decir, salvar el sistema vigente como sea-- no debería ocultar las consecuencias a medio y largo plazo de lo que está sucediendo. El chute de liquidez que proporcionan los bancos emisores del mundo desarrollado aspiran a que sigamos como estamos, al menos, por un par de años. Pero si se asume la teoría cada vez más extensa de que esta crisis financiera es la peor desde el crack de 1929, hay que empezar a buscar soluciones similares a las que trataron de asegurar que no se repetiría. Si hay que aceptar, para evitar el pánico, el trágala de que el sector público asuma las inversiones de alto riesgo que hicieron los bancos de inversión, también hay que exigir que los gobiernos de los países afectados del mundo desarrollado se den cita para crear las normas necesarias para que esta debacle no vuelva a suceder.