En el momento más inoportuno, en plena campaña electoral que debe desembocar en un desenlace del tortuoso camino del brexit, la Corona británica se enfrenta a un escándalo que afecta al príncipe Andrés. El duque de York ha anunciado que deja la vida pública como miembro de la familia real después de una desastrosa entrevista en la BBC en la que, lejos de despejar las sospechas de su relación con el multimillonario Jeffrey Epstein, ha empeorado su situación. El tercer hijo de Isabel II admitió su relación con Esptein, que se suicidó en su celda tras ser detenido por un escándalo de pederastia y tráfico sexual de menores. La entrevista resultó catastrófica para el príncipe, hasta el punto de que varias empresas y universidades implicadas en proyectos que lidera Andrés anunciaron que abandonan su relación con un miembro tan relevante de la realeza británica. En el Reino Unido, la prensa ya habla -con cierta exageración- de un segundo annus horribilis para la Monarquía, en un año en que a causa de las maniobras de Boris Johnson la propia Reina se ha visto salpicada por el tóxico debate del brexit. Sea o no otro annus horribilis, es cierto que Isabel II de nuevo se ve sumida en una crisis motivada por sus hijos. El momento tampoco es el mejor. Andrés lleva tiempo practicando un estilo de vida de playboy, y Buckingham no ha sido capaz de poner coto a sus excesos. Está por ver si apartar a Andrés bastará para evitar una crisis mayor. La percepción de impunidad de la realeza en tiempos de crisis es nociva para la institución.