Respecto de los que postulan que estamos a las puertas de una nueva crisis, hay que recordar que si uno insiste en esta tesis por un tiempo suficientemente dilatado, acabará acertando: el capitalismo es cíclico. Pero hoy algunos profetas del Apocalipsis, independentistas o no, postulan que dado que el BCE ha dejado de comprar deuda pública, España colapsará inevitablemente. Afirmaciones parecidas apuntan a una supina ignorancia del porqué nos hundimos en la crisis financiera y el papel de las reformas, del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) y del BCE en la recuperación del 2014-2019.

Hay que comprender lo que ha hecho el BCE: ha adquirido 2,6 billones de deuda pública, en proporción al peso de cada país en su capital. Para nosotros, ha acumulado en su activo la friolera de 350.000 millones de deuda española. Es cierto que el 1 de enero dejó de adquirirla. Pero a la que la situación económica europea ha comenzado a debilitarse, donde dije digo, ha dicho Diego.

En su reunión de hace pocos días, Draghi ha insistido en que mantendrá los tipos de interés a cero hasta finales de año como mínimo; que continuará por varios años más reinvirtiendo los recursos que procedan de las amortizaciones de deuda, lo que significa que mantendrá su balance intacto (en nuestro caso, los 350.000 millones); que en septiembre inicia un nuevo manguerazo de liquidez ultrabarata a la banca (los TLRO); y que, si fuera preciso, el BCE volvería a adquirir más deuda pública. Por este flanco, los apocalípticos, independentistas o no, no lo tienen bien.

Como muestro en mi último libro, España en crisis (RBA, 2017), hemos corregido parcialmente los desequilibrios de endeudamiento privado, pero se nos ha disparado el público. Pero lo que ha permitido disfrutar de la recuperación del empleo desde el 2013 ha sido la suma de las duras reformas internas y la masiva solidaridad financiera europea. Esta se ha expresado en la intervención del MEDE (2012) para solventar la crisis bancaria y en la más que notable ayuda del BCE, tanto a la banca española (años 2008-14) como a nuestro sector público (2016-18). Para bien, o para mal, estamos protegidos por una gruesa cúpula de intervención monetaria en los mercados, la del BCE, que sitúa la carga financiera de nuestra abultada deuda en mínimos jamás vistos por estos pagos. Y, por encima de ella, otra capa de apoyo financiero, la del MEDE.

Respondiendo a la pregunta sobre la posibilidad de una nueva crisis como la vivida, la verdad es que mientras Alemania continúe apostando por el euro y, por tanto, el BCE esté ahí, estamos más que protegidos de turbulencias internas o externas a la eurozona. ¿Es buena esta situación? Discutible. Pero impide la repetición de una recesión como la vivida.

Una crisis, real o potencial, implica una narrativa: una secuencia de acontecimientos, desequilibrios y choques que, si son suficientemente profundos, nos ponga a los pies de los caballos. Por ello, cuando uno se interroga sobre la posibilidad de una profunda crisis hoy, hay que comparar fortalezas y debilidades con las existentes antes del 2008. ¿Y dónde estamos? Pues donde había crecimiento basado en el crédito hipotecario y la construcción inmobiliaria, hoy tenemos la situación contraria: los 450.000 millones de deuda bancaria de constructoras e inmobiliarias se han fundido hasta los 150.000 millones; los cerca de tres millones de empleos en construcción han colapsado hasta el millón; de las 700.000 viviendas iniciadas de media entre el 2005 y el 2007 hemos pasado a 75.000; y la deuda privada se ha reducido unos 700.000 millones. ¿Quiere ello decir que no hay posible recesión? No. Pero todo apunta a que los riesgos no son particularmente severos. Y si la hubiera, somos más solventes y crecemos mejor que hace una década.

A pesar de ello, los independentistas menos ilustrados abogan por un hundimiento de España, que facilitaría la independencia. Pero no se confundan: deseos no son realidades. Y, en lo tocante a nuestros dineros, lo más importante hoy es lo que decida el BCE.