La crisis actual presenta distintos resultados, entre los cuales están la disminución del consumo, los recortes salariales, el deterioro de las condiciones laborales y, cómo no, unas altas tasas de desempleo que se ceba sobre numerosas personas, con sus múltiples historias de angustias y tragedias.

Hace poco tiempo se publicaron las cifras del paro en nuestro país: más de 4,3 millones de españoles, de los cuales 124.000 son extremeños. La tasa de paro en nuestra región se ha incrementado en un 4,6% durante los últimos doce meses, situándose en torno al 25% de la población activa. Nos duele especialmente el desempleo entre los jóvenes que supera el 40% y el paro de larga duración, que cronifica la dolorosa situación de numerosas familias, muchas de las cuales ven cómo se le agota su prestación social.

Recientemente, en su encíclica Cáritas in veritate , Benedicto XVI ha dicho a este respecto: "El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual". Esta situación de crisis, que no es sólo financiera y económica sino que tiene raíces éticas, culturales y antropológicas, nos lleva a realizar dos llamadas: una a los responsables de la economía y otra a nuestra propia Iglesia.

XCOMPETEx a los gobernantes y a los altos responsables de la economía buscar soluciones técnicas para salir de esta situación. Pero, partiendo de la Doctrina Social de la Iglesia, debemos señalar que no hay una economía auténticamente humana si no está orientada desde la ética y que la vida económica está al servicio de la persona en su integridad y de todas las personas. Hoy más que nunca se deben tener en cuenta los principios y valores de la vida social que propone esta doctrina: la verdad, la libertad, la responsabilidad, la justicia, el bien común, la solidaridad y la paz.

Pedimos a las administraciones que incrementen las partidas dedicadas a la protección social, para que todas las familias tengan unos ingresos suficientes para vivir con dignidad. Además, las medidas políticas que se tomen deben buscar prioritariamente, también, que todos los ciudadanos tengan acceso al trabajo, ya que es el medio por el cual la persona ayuda a construir una sociedad mejor, se procura el sustento personal y familiar y, desde una perspectiva creyente, colabora en la obra creadora de Dios.

Las crisis, con todas sus terribles consecuencias, es también una ocasión para que los cristianos revisemos nuestra vida de fe y de compromiso con la justicia; de preguntarnos si realmente nos dejamos impulsar por el amor de Dios en el servicio a los más necesitados. Nuestras comunidades y grupos han de estar en la vanguardia del servicio socio-caritativo y no caer en la tentación egoísta de quienes piensan yo a lo mío y sálvese quien pueda . Es preciso que todos, personal y comunitariamente, despleguemos una mirada inteligente y un corazón compasivo para descubrir las huellas que la crisis va dejando en nuestros hermanos y que estemos prestos a curar sus heridas.

Nuestro Plan Pastoral dedica el tercer objetivo al "servicio de la Caridad" y señala la importancia del voluntariado y su formación técnica y espiritual, la coordinación de las instituciones socio-caritativas, la necesidad de promover una transformación social del mundo de hoy desde una perspectiva cristiana y la vivencia de la comunicación cristiana de bienes.

Movidos por la Caridad y buscando la acogida y el acompañamiento cercano corresponde a Cáritas y a otras instituciones caritativas de nuestra diócesis ayudar a las familias y colectivos que sufren los efectos de la crisis, cooperando con otras instituciones públicas y privadas que se mueven en la misma dirección que nosotros. Para ello es importante que todos vivamos y promovamos la dimensión social y caritativa de la fe cristiana.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo, proclamamos que el Señor dio su vida por todos y que nos amó hasta el extremo. Esto debe impulsarnos a hacernos pan partido para los demás y a trabajar por un mundo más justo y más fraterno. Es preciso que seamos testigos de una nueva civilización del amor que tenga por centro a los últimos, los preferidos de Dios.