Creo que es en su biografía de Cambó donde Jesús Pabón escribe que España es, en ocasiones, un país desafortunado, pues coinciden en su suelo y al mismo tiempo dos crisis: la crisis política y la crisis económica. Decía esto pensando en los albores de la Segunda República, cuando a los azares y conflictos provocados por un cambio de régimen y el inicio de un proceso de cambio se unieron los efectos devastadores de la crisis económica de 1929. No hay duda de que el destino de aquel intento de democratización y progreso habría sido más propicio de haberse desarrollado en un escenario de bonanza económica. Pero la historia, que es la vida de los pueblos, viene como viene y, además, se repite. Así sucede hoy, cuando a los rigores de la crisis económica más grave experimentada por el mundo desde 1929, se une --en España-- una crisis política cuyos síntomas ya son inocultables. Estamos, por tanto, ante una crisis perfecta fruto de la fatal coincidencia de una serie de factores que conviene precisar. Son estos:

1) El desplome del modelo productivo. En España, la crisis no es solo financiera y consecuencia de la desencadenada en Estados Unidos en agosto del 2007, sino que es anterior en el tiempo --comienzos del 2007-- y distinta en su origen, que se halla en el hundimiento del modelo de crecimiento vigente con éxito durante 14 años y fundado básicamente en la construcción y el consumo interno financiados por una descomunal deuda externa, la primera del mundo en proporción al PIB y la segunda en términos absolutos, después de la de Estados Unidos. Con el agravante de que esta vez la crisis española no se podrá superar, como antaño, con un aumento de las exportaciones propiciado por la bajada de los salarios vía devaluación de la moneda, sino que será necesario aumentar la productividad por otras vías, lo que supone la necesidad de pactos estructurales, mucho coraje, mucho trabajo y mucha paciencia.

X2) EL COLAPSOx y la trivialización de la política. Cualquier observador atento sabe que en España está pendiente, desde hace años, una reforma política concretada en tres puntos: a) Reforma del Senado y regulación de los instrumentos de cooperación verticales (Gobierno central/autonomías) y horizontales (autonomías entre sí), que desarrollen el Estado Autonómico en un sentido federal. Mientras no se acometa esta tarea, una bilateralidad rampante provocará la erosión y el desprestigio del Estado. b) Reforma de la ley electoral, para implantar las listas abiertas, que --pese a sus inconvenientes-- son el único instrumento que dificulta la condensación del poder político en las cúpulas de unos partidos huérfanos de democracia interna, cuyos dirigentes se suceden por cooptación. c) Reforma de la financiación de los partidos políticos y de las entidades locales, por constituir dichos ámbitos el caldo de cultivo de la mayor parte de las corrupciones que asolan el país, y que afectan a todos los partidos en grado directamente proporcional a su participación en la política de gestión. Pero, en lugar de acometer estas tareas, nos entretienen con apelaciones constantes --según los bandos-- a la unidad de España, a la memoria histórica, a la laicidad del Estado, a la igualdad, a la Alianza de Civilizaciones... Cuestiones nobilísimas, sin duda, pero que, según cómo y cuándo, son cortinas de humo para ocultar lo prioritario.

3) El déficit de liderazgo. El colapso y la trivialización de la política tienen una de sus causas --no la única-- en la ausencia de un auténtico liderazgo. Es líder el político dotado de autoridad moral reconocida por sus conciudadanos. Y ¿a quién se le reconoce autoridad moral? A aquel de quien se cree que dice lo que piensa y procura hacer lo que dice. Autoridad es, por tanto, credibilidad. Credibilidad a la hora de fijar el orden de prioridades de la acción política, credibilidad a la hora de proponer medidas concretas, y credibilidad a la hora de ejecutarlas. ¿Cuántos políticos tienen hoy credibilidad en España?

4) La instrumentalización de la justicia. Comenzó en los 80, cuando se eludía la exigencia de responsabilidades políticas con el pretexto de que primero tenían que depurarse las penales. También fue entonces cuando comenzaron a usarse ciertas actuaciones judiciales como arma arrojadiza en la lucha entre partidos. Y el Consejo General del Poder Judicial ha actuado siempre como correa de transmisión de las directrices partidarias. La reciente huelga de jueces no fue una simple reivindicación por razones de intendencia. Se esconde tras ella un malestar profundo, que --de no remediarse-- acarreará consecuencias graves.

5) El resurgir del espíritu cainita. La Transición fue un espejismo. Hemos vuelto adonde solíamos. España torna a ser "un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín". Tiene otra vez vigencia la pregunta que se hace uno de los personajes de La velada en Benicarló : "¿Qué se han hecho los españoles unos a otros para odiarse tanto?". Hace siglo y medio, José-María Blanco White lo tenía claro: "El enemigo de un español es otro español, (por) la insoportable pesadumbre de tolerarlo, de transigir, de respetar sus pensamientos". Así somos. Lo dicho: la crisis perfecta está servida.