Mi portafolios es de piel, de buena y suave piel de Ubrique. Me acompaña desde hace muchos años y, de alguna manera, lo considero una especie de metáfora de mí mismo.

Cada día se hace más viejo y numerosas heridas se extienden sobre su ajado cuero como huella indeleble del paso del tiempo.

No puede con más papeles, pero nunca se queja por estar atestado de mil fotocopias que utilizo como material de trabajo: son los apuntes, resúmenes, textos espigados entre los mejores autores, o columnas y artículos recortados de la prensa diaria, para realizar comentarios que conviertan las clases en escuela de vida.

Ahora que lo miro, y por el logotipo que tiene impreso y casi pasa inadvertido, caigo en la cuenta de que fue un regalo que recibí de una Institución en época de abundancia, cuando las restricciones aún no se esperaba que pudieran afectarnos.

Era costumbre hacer estos pequeños obsequios que, en el momento actual, serían considerados como signos de dispendio o, al menos, de gasto superfluo.

Han transcurrido tantos años que ya no recuerdo en qué Navidad llegó a mis manos, pero sí que desde entonces siempre ha estado conmigo y no me ha fallado en ninguna ocasión.

Es mi tabla de salvación, quien mejor me conoce y sabe guardar mis secretos en sus recónditos rincones interiores, me da confianza, me ayuda a superar el miedo que supone a veces enfrentarse a lo desconocido impartiendo clases, cada curso, a alumnos adultos que te miran como a un ser de otro planeta cuando les prometes entrar en la Universidad o, al menos, acceder a ese don impagable que se llama Cultura.

Por eso, ahora que debido a la situación económica va a cerrar gran parte de la industria artesana del curtido en el laborioso pueblo gaditano donde nació, no puedo por menos que acariciarlo igual que a alguien muy querido, surcar sus cicatrices con mis dedos e infundirle ánimo, solidarizarme con tanta gente que sufre a causa del paro.

He sentido cálido el sedoso tacto de la piel perfecta, fruto del trabajo, y en su cuerpo henchido, lleno de palabras, he visto un futuro mejor para todos: la dulce promesa de buena esperanza.

Desiderio Guerra Corrales **

Cáceres