Quienes se preguntan si el mundo de las finanzas internacionales funciona al revés de lo que parece, la pasada semana tuvieron una pista más de que sus sensaciones no andan desencaminadas. Una semana después de que el Banco Central Europeo (BCE) sorprendiera con la oferta de crédito barato a cortísimo plazo a la banca privada europea para que tuviera dinero suficiente para devolver a los clientes que abandonaban sus inversiones, la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos tomó una decisión similar y rebajó, sin límite, el tipo de interés de sus préstamos a la banca privada. Cuesta de entender, porque si el origen de la crisis que ha afectado a todo el sistema financiero mundial estaba en los malos créditos de los bancos estadounidenses a gente insolvente --con nuevas fórmulas de inversión de riesgo, compartidas con bancos de todo el mundo-- ¿por qué reaccionó antes el BCE que la Fed? La respuesta más favorable es que en Europa persiste, pese a la expansión de la doctrina neocon de libre circulación del capital, un cierto instinto de vigilancia del BCE, que cuenta con la información de los bancos centrales de los países que comparten el euro, como el Banco de España, que mantiene su competencia inspectora de las cuentas de la banca española.

Si de algo se aprende de los cataclismos bursátiles de alcance mundial, como el de la pasada semana, es que siempre guardan similitud con otros precedentes, lo que facilita la aplicación de vacunas, pero que tampoco es calcado a ninguno de los anteriores.

Hace ya casi 20 años que apareció el primero, en octubre de 1987, al que se respondió con la receta de no actuar como se hizo en el crack de 1929, y se inyectó todo el dinero necesario para restablecer la calma.

Los siguientes grandes tropiezos, tuvieron su epicentro en países emergentes (México, en 1994; Sureste asiático, en 1997, y Rusia, en 1998), lo que supuso el descrédito aún vigente del Fondo Monetario Internacional.

Pero tanto el del 2000 (la burbuja tecnológica) como el actual están centrados en Estados Unidos, y si comparten una similitud es el fallo clamoroso de la entidades que supuestamente han de velar por la transparencia del mercado. Hace siete años se supo que eran las empresas auditoras (así desapareció Artur Andersen) y ahora han sido las empresas dedicadas a la calificación del riesgo de las entidades de crédito (Moody´s, Standard&Poor´s). Así se ha avisado, también, desde Europa.

Acaben como acaben los vaivenes de los mercados, habrá que volver a la reflexión sobre hasta qué limites ha de tolerarse el capitalismo sin escrúpulos. Si ahora se apela a las autoridades monetarias, si sigue la crisis, se pedirá también a los gobiernos que hagan algo. Llegado el caso, sería inadmisible que se ponga como excusa al pequeño ahorrador o a las familias hipotecadas.