El señor Ibarra ha presentado un libro. Cada vez que oigo el título veo uno roto y es muy molesto imaginar los cristales de qué ventanas ansía romper. El título recuerda el lema del 68 que hablaba de adoquines y de playas. Pero ¡ay!, se trata de un político curtido que ha gestionado durante 24 años los impuestos de los contribuyentes --españoles y europeos-- y se ha jubilado con cargo al presupuesto. En mi opinión tiene equivocado el contexto actual de la rebeldía ciudadana.

Como en tantas ocasiones el señor Ibarra consigue que una amalgama de impresiones sobre asuntos públicos haga de diagnóstico pero sin aportar medicación. Es lo que sabe hacer y nos lo muestra como quien ofrece un par de zapatos al necesitado sin mirar qué número y modelo necesita. Kapuszinski relata en Imperio un viaje a Moscú en que el frío no impedía una larga cola a las puertas de una tienda que había recibido un cargamento de zapatos. Las dependientas entregaban una caja por persona y la gente las compraba sin mirar lo que había dentro porque no habrían podido cambiarlos. Al salir intercambiaban el género intentando conseguir los zapatos de su número. En la calle se intentaba mal que bien suplir las carencias de un sistema que producía fatal y distribuía peor, entre otras muchas desgracias. Algo parecido sufrimos con la política en nuestro país. Nos toca el par equivocado y en la calle hacemos el trueque.

XEN UN ERRATICOx razonamiento que voy a organizar para que se entienda, el señor Ibarra plantea: España no se rompe porque no queda ningún presidente autonómico de la vieja hornada (¿y Chaves ?). Todos los actuales son unos irresponsables, con excepción de Fernández Vara . Los estatutos están siendo reformados sin ton ni son, aunque este es un país muy difícil por lo que para poder seguir caminando juntos, deberemos intentar pactar cada 25 años el marco de esa convivencia. Si esto llega a pasar con los presidentes de la vieja guardia, probablemente España tendría un futuro muy complicado porque aprovecharían mejor las oportunidades que ofrecen los nuevos estatutos.

El parece vivir a gusto sumido en la fatalidad sin atreverse a definir si se trata de una incapacidad genética de los españoles para convivir, un fenómeno de la naturaleza como parece hacernos creer o de los políticos, olvidados de cuál es la función de los partidos en una democracia y cuál la del Estado. El ciudadano Ibarra confiesa que nada más se puede hacer en esta coyuntura. Unas veces porque uniéndonos se rompería la estrategia de la lucha entre partidos, lo que llama lealtad, y otras porque tendrían que darle la razón al adversario, al que se han esforzado en negar racionalidad, llamándolo rebeldía. El ciudadano Ibarra presume de ambas ofreciéndonos cristales rotos y resignación sin dejar de aportar una dosis de miedo no sea que a los ciudadanos nos dé por no sentirnos en peligro y respirar la libertad.

Sin embargo, si nos huele a quemado, los ciudadanos podemos dar la vuelta a la tortilla. Ya no queremos recoger más cristales rotos por la práctica política porque sabemos que debemos poder esperar algo más que un pacto cada 25 años y una guerra por siglo. Tenemos todo lo que un Estado moderno necesita para funcionar bien. Sólo hay que dejar de jugar con las cosas de todos y denunciar la impostura. Decir ¡basta ya!, cuando nos tomen por idiotas. Fíjese, señor Ibarra, mire cómo se puede luchar por un Estado fuerte que cumpla las leyes, es más fácil de lo que parece. Unión Progreso y Democracia está demostrando en esta legislatura que un solo diputado puede lo que 349 dejan pasar, apabullados por la coyuntura. El 16 de diciembre de 2008, Rosa Díez en el Congreso de los Diputados enseñó cómo se hace y los aplausos que se le negaron en el hemiciclo los ha recibido en la calle, una ovación de los ciudadanos. ¡Claro que se puede!