TSteguramente cada vez que se mira usted al espejo ve en su cara cosas que no le gustan porque le recuerdan que el tiempo no se olvida de cobrarle su tasa por dejarle vivir un día tras otro: nuevas arrugas en su piel, nuevas canas en su pelo o nuevas hinchazones bajo sus ojos. En ese momento se convierte usted en el crítico más estricto del busto que sostienen sus hombros y se promete tomar las medidas oportunas para solucionar lo solucionable. Le puede ocurrir también que a veces se reproche una decisión errónea o una acción desacertada, y se diga que intentará que no le vuelva a ocurrir. Todos llevamos un crítico dentro que se encarga de juzgar nuestra apariencia y administrar nuestras sensaciones, nuestras motivaciones, nuestros actos. Eso de hacer autocrítica es un ejercicio sanísimo.

No ocurre lo mismo cuando nos convertimos en críticos de los demás. Pasamos a ser sujetos que buscan y rebuscan con ahínco la puntada mal dada o la línea dibujada torcida por el prójimo para darle la puntilla dejando constancia de que a nosotros nos gustan las cosas bien hechas, aunque lo que consideremos nosotros bien hecho no sea lo acertado

Con referencia a los críticos, me cuenta el octogenario escritor don Eliseo García , que una vez cayó en sus manos un manuscrito de 3.456 páginas que contenía 5.782 críticas de críticos publicadas en un mismo periódico durante diez años. Me explico: El manuscrito comenzaba con una crítica de una película que hacía un cinéfilo. En la misma hoja, seguía otra crítica que hacía un crítico literario al cinéfilo, reprochándole su pésimo estilo léxico. A continuación se podía leer otra crítica que hacía un historiador crítico al crítico literario por confundir una fecha. Luego una crítica al historiador crítico de un crítico de arte que le cuestionaba su conocimiento sobre ciertas tendencias artísticas. Y así, crítica a crítica, hasta las 5.782. El manuscrito terminaba con un simple epígrafe: "Dejad a los críticos que critiquen para que puedan ser criticados".