Acudí al Congreso de los Diputados, como invitado, para seguir una sesión de control del Gobierno. Lo primero que me llamó la atención fue la falta de diputados en el hemiciclo. Los pocos que estaban allí formaban pequeños grupos, y me quedé perplejo al ver que, mientras se producía un pequeño debate entre un diputado que formulaba una pregunta y un ministro, los políticos de los grupos hablaban de sus cosas sin tener en cuenta el debate. La sesión empezó a las nueve de la mañana, pero algunos diputados llegaron a las once. Me llevé otra sorpresa cuando el presidente del Congreso llamó a un representante del PP por Guadalajara para que hiciera la pregunta programada al vicepresidente y ministro de Economía, pero su señoría no estaba; cuando llegó, Solbes se había marchado. Creo que la hora más adecuada para un debate es después de comer, a las cinco de la tarde; no hay que madrugar, y si a uno le da sopor, ¿qué mejor que el sillón del escaño para dar una cabezadita? Esas ausencias y actitudes son una falta de educación y de respeto por los votantes, ya que los escaños deberían estar al 100%. Lo que más me gustó de la jornada fue una intervención magistral del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que es un gran parlamentario. Otra incidencia fue que el presidente de las Cortes, José Bono, pidió el relevo temporal al menos tres veces en solo dos horas; igual se encontraba mal. ¿Qué pasaría si esos diputados, en vez de trabajar al servicio del Estado y sin esa flexibilidad laboral, trabajaran para una empresa privada? Seguro que los empresarios les exigirían un rendimiento mínimo.

Joaquín Garrido Mena **

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