El Monte dei Paschi di Siena fue el banco europeo que peor nota sacó en las pruebas de estrés realizadas por el Banco Central Europeo (BCE). Desde el pasado verano, el mercado, los impositores y los acreedores sabían que arrastraba una morosidad de 15.000 millones y unos créditos dudosos que superaban los 27.000 millones. Finalmente, el Gobierno italiano lo intervino la madrugada del viernes y anunció una inyección de 20.000 millones. Se cierra así la historia del banco más antiguo del continente, fundado en 1472. Pero se cierra con las peculiares formas que caracterizan las salidas de la crisis en la zona euro. Según el Gobierno italiano, el fondo que nutrirá a la entidad bancaria no contará como «déficit estructural» y la intención es dejar que los gestores del banco sigan adelante con su plan industrial, que no han conseguido financiar en los mercados. Como ya pasó en el caso de la banca española, es este tipo de trato el que mina la confianza de los ciudadanos en la independencia de los gobiernos y de las instituciones. ¿Por qué los fondos para salvar un banco no cuentan como déficit y sí lo hacen otro tipo de gastos, por ejemplo, para salvar a las familias con pobreza energética? ¿Cómo pueden seguir al mando de una entidad los mismos que la han hundido hasta hacer inevitable el rescate para no perjudicar a los impositores? La sospecha de componenda al servicio siempre de los mismos impide apoyar medidas de este tipo que podrían tener sentido.