Alcanzar un acuerdo para dotar los cinco cargos más importantes de la planta institucional de la Unión Europea no está a la vuelta de la esquina. La última cumbre aspiraba a lograrlo, aunque fuera con la incógnita del brexit por despejar. Pero el final de las grandes mayorías en el Parlamento Europeo, la aparición de nuevos actores políticos y el objetivo legítimo de estos de hacerse oír han dado pie a un juego de cábalas. Si aún rigiera el principio de la lista más votada para designar al sucesor de Jean-Claude Juncker, el puesto debería ser para el democristiano alemán Manfred Weber, pero la pérdida de la mayoría absoluta del conglomerado PPE-PSE abre el proceso a otras opciones. Socialdemócratas y liberales tienen algo que decir en la concreción de un candidato que sume una mayoría suficiente, así como los verdes, convertidos definitivamente en fuerza de gobierno. El deseo de Alemania de colocar a uno de los suyos -Jens Weidmann, presidente del Bundesbank- al frente del Banco Central Europeo es una complicación añadida. Desafortunadamente, el calendario ha hecho coincidir el relevo al frente de la autoridad monetaria europea, una decisión que debería mantenerse al margen de los equilibrios del reparto del resto de carteras para ayudar a garantizar la independencia de la autoridad monetaria. La designación de Weidmann cuestionaría la necesaria heterodoxia respecto a la rigidez del Bundesbak que ha resultado clave para capear la crisis de los últimos años y que el saliente Mario Draghi ha sabido mantener.