Ami abuela no le gustaba que en Semana Santa escucháramos música demasiado alta ni que hubiera jolgorio. Respetaba la cuaresma y su prohibición de carne a rajatabla, hasta que los años empezaron a hacer mella en la memoria y el color de las nuevas libertades fue adentrándose en los pueblos.

Aun así nunca perdió un ápice de devoción, ni tampoco de ese sentimiento de recogimiento y reflexión, que es lo que finalmente creí que podría adoptar de la Semana Santa, cuando el sentimiento religioso se fue diluyendo con la misma rapidez que perdía la inocencia y ganaba la crítica contra la Iglesia.

En un país atravesado durante esta semana por pasos, cruces, cirios y capirotes, por el olor a incienso y el sonido de las bandas, me pregunto si tras la saturación de rituales quedará algo de tiempo para la reflexión.

Para recordar a los Cristos actuales que cargan con la cruz de la injusticia, el hambre, el exilio o el rechazo.

Para empezar a poner en valor a todas las Marías Magdalenas condenadas a vivir en la sombra, olvidadas y vejadas.

Para levantarse y luchar contra todos los fariseos, los que se sirven del abuso, la mentira y la explotación.

Mi abuela se crió en los tiempos del blanco y negro, del mandato del púlpito y del poder bajo palio. De los golpes de pecho en el templo y la represión en la calle.

Hoy, tantos años después y país teóricamente aconfesional mediante, las banderas continúan a media asta y las autoridades desfilan junto al Señor.

Quizás el crucificado tendría algunos reproches para los ministros que acompañaban la imagen de la Buena Muerte al son de los legionarios. A María Dolores de Cospedal la venta de armas a sádicos regímenes que bombardean sin miramientos a otros pueblos y al propio si fuera necesario; a Íñigo Méndez de Vigo que no cuide y promueva la educación y la cultura para toda la ciudadanía; a Rafael Catalá que la balanza de la justicia siga siendo tan desequilibrada aunque nos quieran hacer creer lo contrario; a Juan Ignacio Zoido que señalara a las ONG como promotoras de la inmigración irregular.

Aunque visto lo visto, para empezar quizás podamos conformarnos con que nuestros mandatarios empiecen a seguir uno de los mandamientos más simples del cristianismo: «no robarás».