Cuando el diablo no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo. Causa estupor el glorioso suceso, el falso debate que se pretende abrir en Cáceres, a propósito de la petición de prescindir del crucifijo en el salón de sesiones del ayuntamiento.

Y es que por encima de la libertad de credos y de conciencia, ¿a quién puede molestar la presencia de la imagen del hombre más importante que ha dado la historia, con independencia de que se crea o no en su divinidad?

¿No creó una religión basada en el amor? ¿No predicó la igualdad entre todos los seres humanos? ¿No murió por defender la justicia e hizo suya la causa de los pobres y de los oprimidos? ¿No hay en las paredes de miles de espacios públicos de todo el mundo efigies de personas que no le llegan a la suela de sus sandalias?

Aunque sólo fuera por esos valores y sin entrar en consideraciones teológicas, ¿no es Jesucristo un símbolo que merece ser reconocido y exaltado?

¿Por qué se acepta la toma en consideración de este tipo de propuestas cuando sensu contrario cualquier otra, de signo opuesto, debería ser igualmente amparada? ¿Qué ayuntamiento de España daría cobertura a semejante iniciativa, en aras de un supuesto derecho democrático, dándole cabida en un orden del día?

¿Se aceptarían igualmente la eliminación de las expresiones de otras religiones en sus lugares públicos? ¿Habrá que admitir en el futuro cualquier ocurrencia promovida por una asociación o particular? ¿No se estará incurriendo en un sectarismo mayor que el que teóricamente se pretende erradicar?

Quiérase o no, la cruz representa para millones de seres humanos un signo inequívoco de paz y de concordia. Reconocidos políticos socialistas como Besteiro y Tierno Galván la mantuvieron desde sus posiciones ideológicas, como intelectuales, conscientes del mensaje que transmite y de la filosofía que la anima.

Pero seamos atrevidos, si la empresa tiene éxito, sigamos luego con la purga haciendo desaparecer cualquier vestigio artístico cristiano de los museos y de las iglesias, de las escuelas y de nuestros propios hogares.

Habremos hecho un sano ejercicio de higiene democrática, contribuyendo a la degradación rampante de una sociedad que se aleja de la cultura y de la historia para caer en el pozo sin fondo del más infame fanatismo.