Los líderes de Ciudadanos parecieran ese adolescente al que pillan in fraganti en medio de una gamberrada. Niegan la mayor, yo no, yo no, pero en su propia negación se están delatando. Los de Rivera han ido de la mano del PP hacia Vox y ahora dicen que ni se conocen cuando se cruzan por el pasillo de un Ayuntamiento o un Parlamento autonómico. Échate para allá que me tiznas, vienen a decir, para cabreo de la formación de Abascal que pueden considerarse muchas cosas, pero nunca unos apestados. El tripartito conformado en el ayuntamiento de Badajoz, que el propio alcalde popular, Francisco Javier Fragoso, reconoce cuando afirma que PP, Ciudadanos y Vox «forman ya un solo bloque», se niega desde la formación naranja; y sus aspavientos en la negación, tanto a nivel municipal como autonómico, no dejan de ser como quien es descubierto con su amante en el armario: «Esto no es lo que parece».

No sé muy bien cuánto tiempo va a poder mantenerse este sainete en el que Ciudadanos trata a Vox como una relación oculta del PP de la que nada quiere saber. Pero que quede claro: si existe un reparto de áreas y un concejal de Vox, imprescindible para mantener la gobernabilidad, obtiene varias competencias a cambio de una liberación (una contratación en exclusividad y a tiempo completo), éste forma parte del bloque de gobierno se mire como se mire, por mucho que no entre en las reuniones de la junta de gobierno (caben 9 de los 14 concejales) o algunos compañeros de mesa no le dirijan la palabra.

Es más, no solo se han repartido las delegaciones, sino que han negociado los puestos de confianza y Vox ha colocado en el grupo municipal a Juan Antonio Morales, candidato a la presidencia de la Junta (que no salió) y a Antonio Pozo, el que fuera alcalde de Guadiana del Caudillo, que perdió las elecciones. En consecuencia, habrá que convenir que todo esto se consiente por una mayoría de la forma parte tanto el PP como Ciudadanos. Negar la evidencia no deja de ser un ejercicio de escapismo o de funanbulismo político, del que seguro se acabarán cayendo más pronto que tarde. Me pregunto qué pasará dentro de dos años, cuando el candidato de Ciudadanos, ahora primer teniente de alcalde, Ignacio Gragera, corra de turno como está convenido y pase a ocupar el puesto de alcalde necesitando el voto de Vox. Veremos qué dice y de qué manera justifica la necesidad de su apoyo.

Ciudadanos ha planteado a nivel nacional una estrategia consistente en echarse al monte y en algunos sitios le ha salido mal. Badajoz es un ejemplo. Otros son Murcia o quizás Madrid. Rivera se la jugó todo al sorpasso al PP y adquirió para el partido un posicionamiento ideológico mucho más derechizado, lo cual le hizo alejarse del centro ideológico donde había estado prácticamente desde que nació. Ahora pareciera andar con el pie cambiado en todo momento.

Son rectos y mantienen vetado a Pedro Sánchez, y digamos que se muestran flexibles a sentarse con Vox siempre y cuando sean discretos y no se note demasiado. Sin embargo, cuando se les recrimina o se les dice que forman parte de un tripartito o un acuerdo a tres bandas lo niegan o dicen, como en el caso de Murcia, que no están negociando nada alrededor de una mesa, sino «echando un café». Claro que esto hace que todo salte por los aires y que Vox se sienta ninguneado por un partido que juega con sus votos como si no los necesitara. De esta forma, se fue al garete el jueves la investidura del popular López Miras en la Comunidad de Murcia y ahora peligra Madrid, donde todos tendrán que acabar firmando «un acuerdo programático visible» o Díaz Ayuso no será presidenta.

Creo, de todas formas, que no llegará la sangre al río y, como en el caso de Badajoz, Ciudadanos acabará mirando para otro lado y, como quien no quiere la cosa, silbando mientras mira el cielo o simplemente traga mientras se tapa la nariz. Lo que no está tan claro es si esta estrategia de ‘contigo pero sin ti’ o, lo que es lo mismo, ‘con el PP pero sin Vox aunque sean necesarios sus votos’, vaya a funcionarles y posicionarles cara al futuro.

En Ciudadanos están convencidos de que para ser un partido de verdad y perdurar en el tiempo deben entrar en las instituciones y generar infraestructura. De lo contrario, acabarán disolviéndose frente a los partidos tradicionales que, pese a los años y los desgastes, siguen manteniendo esa implantación territorial que les permite seguir viviendo en periodos de crisis o de horas bajas. Veremos si, pasado el ecuador de la legislatura, esta estrategia funciona porque es más que legítimo que un partido tenga aspiraciones y quiera fraguarse como opción de futuro, lo que es criticable es que esto tenga que hacerse a cualquier precio.