En mi pueblo, de madrugada hay una orquesta de gallos. Salgo a la calle y parpadean las estrellas y se van apagando las bombillas tristes de las callejas y la sonrisa de la luna, enigmática como la sonrisa de la Gioconda, también se apaga. Quizá Leonardo Da Vinci se inspiró en la sonrisa de la luna para su famoso cuadro, quién sabe. Pero en el pueblo entra el día, suave y silencioso como un gato, y hay puertas y postigos que se abren, en hondos y oscuros bostezos , y los gorriones ponen vida en los árboles fríos y en la vieja soledad del pueblo. De madrugada, el pueblo ignora el tumulto del mundo. No sabe nada a esas horas de Cataluña, ni del revuelo de la exhumación de Franco, ni de la cercanía de otras elecciones, qué fatiga!, ni de Chile, ni de nada. A esas horas de la madrugada mi pueblo es un pueblo no adulterado, un pueblo limpio, antiguo y entrañable, que huele a no sé qué flores y a café recién hecho, a panadería y a también a estiércol en las afueras. En mi pueblo se puede ver, desde bien temprano a alguna abuela como las de antes, barriendo la puerta de su casa con una escoba de brezo y a un labriego con una colilla apagada en la boca, tirando indolente y dormido de un burro gris como Platero, por los rollos de cualquier calle que al pronto se llenan de pasos, toses y ladridos. Todo es cuestión de imaginación.