Es evidente que, dijera lo que dijera, en su momento, el primo de Rajoy, el cambio climático comienza a hacerse demasiado palpable en nuestras vidas, sobre todo, para los que, junto a la vasta Andalucía, estamos situados a las puertas de África. Unas temperaturas altísimas que, de pronto se desploman, para volver a hacerse inalcanzables a los tres días, y sequías tremendas a las que riegan los cielos súbitamente y de manera incontrolada, nos vienen avisando de lo que puede estar acercándose ya a nuestro territorio.

No hay que ser, pues, un lince, para percatarse de que, lo que antes era anecdótico, como tener cada año unos días de mayo calurosos y algunos otros de septiembre, está dejando de serlo, y se está convirtiendo en algo más habitual de lo que pudiéramos desear. Los «mayos» de hoy no son ya continuación de primavera, sino puro verano que roza los cuarenta grados, y los suaves «septiembres» no son ya ese otoño fresco que anunciaba el invierno, sino verano pegajoso del que cuesta zafarse.

Siempre hemos disfrutado de un mes de mayo florido, e incluso de un veranillo de San Miguel en otoño que ya, ni es «florido» uno, ni «veranillo» el otro. Y este hecho traslada un problema importante a las aulas que ocupan nuestros estudiantes y profesores. Las aulas de los centros docentes de Extremadura hierven cuando llegan estas fechas. Y bullen de manera figurada porque nuestros alumnos se acercan a las evaluaciones finales, a pruebas de acceso a la Universidad, y a las entrevistas que preceden a los posibles primeros contratos de trabajo, pero también «cuecen» de manera real. Las temperaturas que alcanzan las paredes de las distintas dependencias de los colegios e institutos, azuzadas, además, por el calor que irradian las pizarras digitales, proyectores, ordenadores e impresoras, hacen que, a ciertas horas del día, no se den las condiciones aceptables para poder impartir o recibir clase.

Ya sé que algún romántico podrá decir que «¡anda que no se pasaba calor antes cuando yo estudiaba y allí aguantábamos como verdaderos espartanos! Y no bebíamos agua hasta que no se salía al patio, que ahora casi todo el mundo lleva su botellita». Y posiblemente tengan algo de razón, pero hemos de reconocer que lo que antes era excepcional en lo que a lo meteorológico se refiere, se va convirtiendo, desgraciadamente, en más habitual de lo que sería conveniente.

Es evidente que la mitad sur de nuestro país necesita un movimiento por parte de la Administración Educativa acompañado de la pecunia necesaria para paliar el efecto de calentamiento en las aulas, por las altas temperaturas, que se produce en los meses de mayo, septiembre y octubre. Ahora se están instalando fuentes en los centros educativos, con lo que estaremos todos entretenidos llenando la botellita, mientras, de verdad, se encuentra y se aplica una solución seria y definitiva.

*Director del IES Ágora de Cáceres