Escritor

Cuando el viejo Cunqueiro vuelva a las islas va a encontrarse el cadáver de la mar sobre las costas de su patria.

El, que nos dejó en herencia un paraíso doble de paisajes y de prosas, encontrará a su regreso la heredad empozada, encontrará que hemos entregado a las manos de mercaderes los nobles reinos de sirenas y tritones sin reparar que ellos sólo ven en el paño inquieto del océano un gran libro de contabilidad donde el bogavante no es más que un asiento de números y beneficios, donde el alma de las ostras se tasa a tanto el kilo, donde el amanecer es apenas un referente para dar inicio a otra jornada en la que el paso de las horas se cuenta en euros.

¡Cuánto dolor justificado habrá en estos instantes por los serrallos del percebe! Sin el magisterio de poetas del talante de mi señor Alvaro Cunqueiro vamos a la deriva, dando golpes de ciego sobre un rosal.

Es triste observar cómo entre todos vamos matando esta cosa magnífica que es la Tierra y que además no nos pertenece, este cuajarón de vida que no hemos llegado nunca a comprender, por falta quizá de talento o por falta quizá de verdadero empeño; pero, en cualquier caso, urge no posponer los desagravios para mañana pues, llegados a este extremo, para el planeta cualquier mañana significa fiarlo muy largo.

Ya vamos apurados de tiempo si queremos darle cuatro pespuntes a la capa de ozono o limpiarle las caries que le han brotado de pronto a la sonrisa de las playas o para impedir esa catástrofe de guerra entre moros y cristianos que se nos avecina.

Porque la enseñanza que deberíamos sacar del desastre del petrolero siniestrado es que donde puede ocurrir una ruina, ocurre, y que el que tiene una moneda acaba gastándola y el que tiene un arma nuclear acaba pulsando el botón.

Todo es cuestión de tiempo y de darle oportunidades a esos descerebrados con la sesera repleta de estadísticas y tantos por cientos.

La única verdad es que hay mucho mal campando por el mundo a su sabor, pero mañana, cuando el viejo Cunqueiro vuelva a las islas y compruebe el lamentable estado en que se halla la república del centollo y de la anguila, cuando vea a los pescadores mano sobre mano aburriendo su ocio frente a la Costa de la Muerte, quién será el desalmado que le sostenga la mirada y le admita esta torpeza nuestra de no haber comprendido a tiempo que la esperanza de la humanidad es tener a ciertos políticos enredados durante todo el año en inauguraciones fatigosas, en lejanas cacerías.