TEtl martes, en medio de la tormenta financiera, a Mariano Rajoy se le ocurrió proclamar que España es un "país serio, fiable, una de las grandes potencias del mundo" y que la culpa de nuestros males la tiene el actual Gobierno. Sus seguidores le aplaudieron. Pero seguramente más de un analista de Wall Street o de la City londinense se sonrió al leer la noticia. Confiemos en que la hayan archivado como propaganda electoral y no que concluyan que quien nos va a gobernar ha decidido seguir los pasos de Silvio Berlusconi , que hasta el día mismo de su dimisión no paró de decir cosas parecidas, provocando el desprecio de esas gentes.

La evolución de los mercados parece abocarnos a un rescate financiero que no solo agravaría los males de buena parte de nuestra ciudadanía, sino que también incorporaría nuevos sectores al colectivo de afectados. Además, no se puede descartar que los grandes de Europa, disuadidos por el coste enorme que tendría el rescate de España, optaran por una vía aún peor para nosotros, la de la segunda velocidad o incluso la del abandono del euro, ya sugerido para Grecia.

Todavía hay margen de maniobra, aunque no mucho, para huir de esa disyuntiva. Rajoy tiene menos tiempo para cambiar de discurso. De hecho, tenía que haber empezado a hacerlo hace tiempo. Los españoles tendrían que saber ya que quien va a ganar las elecciones, además de ideas, tiene la convicción y el coraje para llevarlas adelante. Para eso tenía que haber reconocido la verdad de nuestra economía. No lo ha hecho. Por su atávica inseguridad y por temor a que se le exigieran planes concretos de los que carece.

Ahora, cuando está claro que cualquier intento serio de hacer frente a la tempestad requerirá de unos acuerdos entre los partidos, los agentes sociales y las instituciones que dejarían pequeños a los de la Moncloa de 1978, Rajoy sigue con el paso cambiado ¿Cuánto tiempo necesitará para ponerse a la altura de las circunstancias? Puede que demasiado.