XMxucho se ha escrito en los últimos meses sobre la propuesta del traslado de la Cruz de los Caídos al cementerio como medida que, junto con el cambio de denominación de algunas calles, tamice las tan abundantes reminiscencias de la dictadura franquista en la fisionomía de Cáceres. Muchos de estos elementos y nombres, a través del contacto cotidiano, han llegado ya a formar parte de nuestro paisaje íntimo. Hitos urbanos o simples nombres, lo que evocan en nosotros es únicamente lo que les confiere valor. Un valor que a veces es estrictamente simbólico, pero que en otras ocasiones se refuerza por cualidades plásticas, arquitectónicas o artísticas, objetivas. Nuestra Cruz de los Caídos, por cierto, no es un ejemplo de esto último: como monumento, es anodino y poco integrado en su entorno. Algo así como una metáfora de la dictadura que la mandó construir para honrar a sus caídos (siempre me llamó la atención el eufemismo: ¿se cayeron solos, se tropezaron?). A la hora de juzgar estas piezas del mosaico de nuestra historia, ya sea para condenarlas al damnatio memoriae o para indultarlas y asimilarlas en su justa dimensión, conviene considerar su valor en las dimensiones simbólica y objetiva. En este sentido, es sumamente curioso el contraste en el tratamiento político y mediático de la Cruz de los Caídos y, por poner otros ejemplos de la época franquista, construcciones tan singulares como el hotel Extremadura o el edificio Cánovas, a cuya desaparición hemos asistido con tibieza.

Quienes gobiernan nuestro ayuntamiento desde 1995 han aducido la carga simbólica de la Cruz de los Caídos como único argumento para su mantenimiento en su emplazamiento actual. Sin embargo, parece no temblarles el pulso para convertir el Puente de San Francisco en un engendro kitch y descontextualizado, o para aniquilar nuestra Ribera del Marco, lo que viene a ser como cercenar la raíz misma de nuestra ciudad, su explicación genética, el paisaje de nuestra infancia (alguien escribió que solamente a ese paisaje podemos llamarle patria). Es difícil dar lecciones de carga simbólica para quien, como nuestro alcalde, padece de memoria selectiva.

Por eso, me ha parecido muy conveniente la reciente iniciativa de Juventudes Socialistas de proponer un debate para que los cacereños atendamos a nuestra historia. Para que el patrimonio, en el sentido más literal de la palabra (lo que se recibe como herencia, lo que se siente como propio, lo que ha de ser cuidado con cariño para ser legado a los que han de venir), sea justamente eso, ha de ser entendendido, aceptado y apreciado por la ciudadanía que es a un mismo tiempo su depositaria y su sostén. A mi juicio, en Cáceres se necesita hablar de nuestra historia y de nuestras raíces para no caer en la indiferencia y la apatía que muchos cacereños hoy parecen mostrar, por ejemplo, hacia el proyecto de la Ribera del Marco y de Mira al Río. Se necesita provocar la participación, valorar la opinión y canalizar las inquietudes. El patrimonio, la vivienda, el suelo, el tráfico... se regulan, legislan y planifican (o así debería ser), pero cuando hablamos de símbolos que si desaparecen no volverán jamás, y de la identidad de una ciudad que cada vez más deja de preguntarse a sí misma qué es, no hay pleno municipal, estudio técnico o concurso de ideas que pueda suplir el espíritu y la voluntad de una ciudadanía. Estamos, pues, a tiempo de que el ayuntamiento abra un verdadero debate en la ciudad, que sea el germen del respeto ciudadano y de no vivir de espaldas a nuestra historia y nuestro patrimonio. Tal y como han defendido los jóvenes socialistas, se debe hablar libremente, abiertamente, sosegadamente, y con la información más amplia y rigurosa posible (quiero creer que, treinta años después del final del franquismo, existe perspectiva para ello) del futuro de aquellos elementos que fueron impuestos y concebidos para un fin concreto y en una etapa muy concreta de nuestra historia, y que se pueda dialogar en el seno de una sociedad madura para alcanzar acuerdos democráticos que todos, sea cual sea el resultado, asumamos como propios, sin radicalismos ni en una ni en otra postura.

*Historiador del arte