Fue Angel Campos Pámpano un escritor versátil, que perteneció a esta época como pudo haber pertenecido a cualquier otra, poseído por los duendes de la literatura, un arquetipo de la sobriedad, tocado por la magia de una lírica sutil y transparente en la que envolvía como nadie los sentimientos del alma, perseguido por la misma locura transitoria de César Vallejo , de Celaya o de Pessoa . No era el suyo un lenguaje torrencial y arrebatado, sus palabras fluían en el verso, invadidas por una exquisita armonía, por una melaza invisible llena de destellos fugaces e intimistas.

Como cualquier solitario, supo construirse un universo a su medida, un mundo paralelo, un bastión inaccesible en el que poder refugiarse durante los días de lluvia, pero nunca quiso vivir de espaldas a la luz, encerrado en la torre de marfil de la melancolía, ni circunscribir su existencia a los ámbitos meramente literarios, sino que supo abrir las puertas de su casa al compromiso social, sintonizar con los problemas y las inquietudes de su tiempo. Militante de un progresismo inconformista y rebelde con él se identificó a lo largo de toda su vida, pero con la independencia y el espíritu crítico suficiente como para mantenerse a una relativa distancia de las esferas del poder político y su influencia.

Hay un río de excelencia que nace del alto magisterio de Jorge Manrique con Coplas por la muerte de su padre , que atraviesa luego la llanura de los siglos hasta llegar a Miguel Hernández , con Elegía a Ramón Sijé , y que termina desembocando en La semilla en la nieve , de Angel Campos. Estas tres obras transcurren por el mismo cauce temático, recorriendo los meandros del dolor y de la ausencia, enlazadas entre sí por el tópico Tempus fugit .

XSOLIA DECIRx Angel Campos que el final de un libro es como su comienzo, como si las páginas no escritas preservaran su integridad inédita en la mente del lector, como si lo más sustancioso fuera ese espacio en blanco a partir del cual empieza la reflexión y en el que el contenido del texto cobra vida. Su poesía, exuberante en latidos, trabada, hija de la nueva literatura, conserva ese doble sentido que habita en el interior de las cosas y que es misión del escritor el tratar de descubrir.

No fue Angel uno de esos autores atormentados que van de fracaso en fracaso, sino de aquellos a los que se les van quedando cortos los espacios, hijo de un mestizaje cultural y un de espíritu rayano que le impulsa a abrir horizontes nuevos a la universalidad. Por eso con sus traducciones del portugués y con sus frecuentes incursiones en el país vecino, se convirtió en un heraldo de aquella cultura, sirviéndose de la palabra para derribar con ella la irracionalidad de las fronteras y tender puentes entre estas dos orillas tan cercanas geográficamente y tan distante a veces.

Hoy podemos decir sin temor a equivocarnos, que junto a Félix Grande, Santiago Castelo y José Luís García Martín , forman uno de los grupos más representativos de la lírica extremeña de todos los tiempos. La contemporaneidad y el alejamiento del lector de este tipo de literatura, hacen que los poetas no desborden las correntías editoriales, y que como las exquisiteces sean un manjar minoritario, es el peaje que han de pagar a cambio de su genialidad. Los autores de este género levantan escasa polvareda a su paso, porque es la suya una labor silente, no digamos oscura, ni marginal, ni incomprendida, sino que está poseída por una especie de nostalgia lírica que ha ido cayendo en desuso y que no conecta bien con las actuales factorías del ocio.

No te reconozco en esa alegoría que dejó la tarde junto a las farolas, ni en el eco lejano que regresa del otro lado del tiempo, ni en el temblor desacompasado de la última lluvia. Tu voz sigue ahí, junto a los deshabitados acordes de este oscuro noviembre, implorando misericordia para tus ojos de niebla, o sellando los labios con la impronta del olvido.

No te puedes ir así a hurtadillas, como esa hoja que cae sin tan siquiera alterar el encefalograma plano del otoño, con el sigilo aprendido de quien está de paso por las cosas, o como quien se exilia a lugares extraños perseguido por una ira que no comparte.

Será difícil poder sobreponerse a la tristeza de estos días, a esta orfandad sobrevenida que ciega los ojos con el sabor amargo de la ausencia. Será preciso inventar palabras nuevas con las que envolver lo no vivido: las acuarelas sembradas de marinas y de atardeceres lisboetas, la belleza litoral y esquiva que se esconde en las miradas, las correrías infantiles por San Vicente, los inquietantes años de estudiante en Salamanca, los primeros intentos, la casa, el patio, el pozo, el vértigo, la madre, tanto libro añejo y tanto recuerdo como ahora gira sobre el eje invisible y vertical de un carrusel dislocado.

Es preciso dejar aparcados por un instante los quehaceres cotidianos para dedicarnos por entero a la noble causa de la meditación, en memoria de esta nave a la que el otoño hizo naufragar frente a las costas del olvido.