"En esta legislatura, con el Congreso de los Diputados lleno de toreros, militares, tertulianos y rufianes, va a haber que pagar para entrar. Qué espectáculo". La frase no es mía sino de un político extremeño, pero resume a la perfección la política de fichajes que están protagonizando distintos partidos políticos guiados por el impacto mediático que supone un buen titular, un eslogan del estilo de ‘vuelve el Macho Alfa’, un video de un paseo a caballo o una fotografía convenientemente hecha delante de una bandera de España. Menuda tropa, que diría Rajoy; políticos a la desesperada confiados en un electorado que no vota tanto con la cabeza como con las tripas y que odia al contrario más que simpatiza con el propio. La doctrina de votar a la contra se impone, Cataluña sobrevuela por encima de todo, y la vuelta a la tradición y a los españoles de bien ha cogido de lleno a un sector importante de nuestra población. La política ya no consiste en elegir a quien mejor van a dirigir el futuro de este país, sino a quien mejor representa ese sentir que se impone en esta España nuestra dividida nuevamente entre derechas e izquierdas donde el centro ideológico ha desaparecido casi por completo.

Ciudadanos ha perdido el paso esta semana y ha empezado a ponerse nervioso. Y es que Vox le está haciendo un descosido importante al PP, pero a los naranjas también. De ahí su negativa tajante a un pacto con Pedro Sánchez (para que se aprecie su posicionamiento de centro derecha) y su ofrecimiento de coalición postelectoral con el PP. La respuesta de Casado ha sido vapulear a Rivera, llegando a otorgarle una hipotética cartera de Exteriores casi con sorna. El líder popular ha sido consciente de que el sorpasso en la derecha ya es imposible y que, de haber tripartido, él será presidente.

Nadie quiere arrimarse a Santiago Abascal a las claras, pero si suman habrá pacto a tres bandas como en Andalucía. Otra cosa es, como dicen las encuestas, que tres en política sumen menos que dos. El antojo del reparto de escaños en este país deja claro que una división del voto impide sacar una mayor representación y, en consecuencia, le da la victoria al enemigo. Dicho de otro modo: Si en Cáceres (4 escaños en litigio) y Badajoz (6 escaños a repartir) hay de un lado 2 partidos y del otro 3, es más probable que gane las elecciones quien compite en el primer bando. Esta situación, extrapolada a toda España, puede hacer del PSOE el mayor beneficiado, hasta el punto de que ni Ciudadanos ni Vox obtengan representación en las circunscripciones más pequeñas y, por contra, se la quiten al PP.

Otra cosa es que PSOE y Podemos sumen, en cuyo caso no hay duda de que los partidos independentistas le darán el poder a través de la abstención. Ya ha quedado claro que la opción de derechas impedirá cualquier gesto separatista y aunque el PSOE ha reforzado su espíritu españolista, llegando a plantear un nuevo 155 caso de ser necesario, siempre permitirá cauces de diálogo. De todas maneras, hay quien ya apunta a la imposibilidad de formar gobierno tanto a derechas como a izquierdas y repetir las elecciones generales en octubre. Este escenario supondría un desgaste sin precedentes en cada una de las formaciones políticas, por lo que algún que otro analista sugiere un pacto a la desesperada entre el PSOE y Ciudadanos a pesar de todo lo que se ha dicho anteriormente.

Extremadura no es ajena a estos derroteros. Con unas elecciones autonómicas y municipales convocadas para el 26 de mayo, nuestros políticos tienen un ojo puesto en Madrid y el otro en Mérida. Todos los partidos han decidido tomarse las dos campañas electorales como una sola, de manera que el 11 de abril arrancarán una carrera que durará prácticamente 2 meses. Saben que más que nunca lo que ocurra en las generales del 28 de abril afectará a la región y los correspondientes ayuntamientos. Una victoria del PSOE pondrá de los nervios a más de un ayuntamiento gobernado ahora por los populares, pero no digo nada si se consigue formar un tripartito de derechas en la Moncloa: en la Junta de Extremadura saltarán todas las alarmas.

No recuerdo unas elecciones con tanta movilización en los partidos como ahora. Si algo han traído las nuevas formaciones, al margen de romper el bipartidismo, ha sido eso: tensionar a la organización y a la militancia, y plantear un escenario de guerra, de trincheras, para mucho tiempo. Lo mismo hasta octubre.