Un dolor punzante en la parte derecha de la mandíbula que, paulatinamente, se extiende por todo ese lado de la cara el cual, en ese preciso momento, querría arrancarme del cráneo. Sólo dura unos segundos, como máximo un par de minutos, y se va, hasta volver en unas horas o, con suerte, en unos días. Lo que viene siendo un dolor de muelas en toda regla que no tendrá solución hasta volver a casa (porque cuando estás en el extranjero te das cuenta de lo que cuesta la sanidad y cómo de importante e ideal es su gratuidad y universalidad).

Sin ánimo de frivolizar, y quizás pueda culpar al existencialismo de parte de mi generación, esta pequeña tortura, que trato de combatir sin éxito a base de paracetamol y enjuagues de alcohol para dormir, me empuja a reflexionar sobre qué supone vivir cuando se sufren dolores más fuertes, más duraderos y sin perspectiva de solución.

Esta semana se han cumplido 20 años de la muerte de Ramón Sampedro, aquel gallego tetrapléjico que en su lucha por la eutanasia abrió el debate de la muerte digna en el país y que finalmente murió en la clandestinidad. Un debate que viene y va y que hoy, dos décadas después, sigue sin haber sido resuelto.

¿Cultura de la vida? Siempre. Pero cuando la vida es una tortura continua y la persona, en su sano juicio, con todo el apoyo, cariño y herramientas disponibles, decide aún así poner fin a su suplicio quizás llega el momento de respetar su decisión.

Lo prueba la oro paralímpico belga Marieke Vervoort, quien solicitó su eutanasia el pasado mes de diciembre. «Su cuerpo está paralizado hasta el pecho y sus dedos cada vez la obedecen menos. Desde septiembre ha perdido parte de la visión, no logra dormir más de cuatro horas seguidas y apenas puede comer», informaba el diario británico The Telegraph. Ante esta situación límite, Vervoort pondrá fecha y fin a su vida cuando sienta que ya no puede más. Un claro ejemplo de emancipación.

Si bien para estar muertos tenemos toda la eternidad, nadie debería estar sometido a un martirio forzado, menos cuando es en nombre de una malentendida caridad. La vida es un regalo pero Sampedro también defendía que «una vida que quita la libertad no es vida». Para pensar.