Me pregunto cuántas víctimas más tiene que haber para que se pongan los medios económicos y humanos necesarios para evitarlo; cuántas más para que no veamos en los medios de comunicación otra noticia igual; cuántas más para que la justicia no sea tan barata para los agresores; cuántas más para que los juzgados de violencia doméstica no estén saturados; cuántas más para que haya más jueces y puedan tomar decisiones tras oír a las víctimas, y cuántas más para que un agresor pague lo que ha hecho. ¿Cuántas? Los agresores tienen mucho arte para mentir, engañar y hacerse las víctimas. Al respecto, les contaré una historia. Erase una vez una joven de 22 años que le dijo a su madre: íMamá, he conocido a un chico guapo y simpático. ¡Me he enamorado! La pareja compró un piso, y la joven se casó con el chico guapo y simpático. La joven quiso tener un hijo con él: nació una niña preciosa. Un día las cosas cambiaron; pero ella lo quería mucho y luchó por su matrimonio. Pero llegó el consumo de alcohol y otras sustancias y esto le abrió los ojos. Tras ocho años de relación, decidió que aquella vida no la quería para ella ni para su hija. El orgullo machista no pudo soportar la separación, y un día el chico guapo y simpático agredió a la joven y a su madre delante de la niña. Esto no es un cuento, se trata de una historia real. Lo peor de todo es que, pasados dos años, aún no se sabe nada del juicio ni hay órdenes de alejamiento. Y ambos viven en el mismo barrio. El chico guapo y simpático hace lo que quiere, mientras ella vive con el miedo de encontrárselo... Y yo, de que se lo encuentre.

M. M. **

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