En este bar de mala muerte llamado planeta Tierra un pequeño grupo tiene acceso ilimitado a la barra libre y vive en la zona VIP mientras que otros están condenados desde el nacimiento a trabajar esclavizados. Fidel Castro lo sabía y lo denunciaba elocuentemente.

En este mismo bar una parte de la clientela disfruta de un acceso más o menos limitado a una lista de canciones para elegir cada cierto tiempo, mientras que los cubanos han venido soportando el mismo son durante más de 50 años. Eso también lo conocía el Comandante, pero lo justificaba por el bien de su causa mayor, la eterna revolución.

Pocas crónicas quedan por escribir de una muerte no por anunciada menos sorpresiva. Lo que no ha sido para nada inesperado son la mayoría de reacciones ante el fallecimiento del líder cubano. De un lado, los aparentemente sacrosantos defensores de la democracia, que tanta libertad ansían para los cubanos pero que ignoran sistemáticamente curiosas amistades con sátrapas varios, desde Guinea Ecuatorial hasta Arabia Saudí. Del otro, los que defienden los grandes logros sanitarios y educativos alcanzados por la isla y pasan de largo sobre la falta de libertades políticas o la evidente represión durante décadas sobre colectivos como el homosexual.

Afortunadamente, en esta enésima representación de las dos Españas machadianas extrapolada al tablero global, surgen otras opiniones menos extremas. Quizá menos intransigentes. Quizá más escépticas.

Las que saben que la libertad es el mayor logro que puede alcanzar el ser humano, pero poco se puede disfrutar de ella si se vive en la miseria. Y que el mundo realmente necesita de justicia social, pero ésta tampoco puede ser impartida a costa de cadenas.

Sería conveniente que antes de empezar a dar lecciones al pueblo cubano sobre cómo manejar su futuro vigiláramos bien de cerca nuestro presente. Tan grande es la democracia que acoge a quien amenaza con destruirla, a los que propagan el odio y el fanatismo. Tan frágil es también que unas pocas manzanas podridas pueden multiplicarse instantáneamente, corromper y destruir toda la cesta.

Sabe bien quien bebe que la política se suele convertir en un tema a discutir en cierto punto. Antes de empezar el debate seriamente, convendría que el bar global garantizara como mínimo cubalibre y música variada para todos sus parroquianos. *Periodista.