TUtna nueva temporada de caza comienza, y con ella, la euforia de varios miles de personas cuya afición les lleva a veces a enfermar de manera crónica. Por lo que me cuentan, en ocasiones es tan grave que se apodera del cazador hasta el punto de que este se sumerge en una especie de amnesia con respecto a lo cotidiano y sólo sitúa su mente en el cazadero. También me relatan que la temporada de caza le cuesta a los caprichosos y a las arcas familiares un riñón y parte del otro, incrementándose en la temporada los préstamos personales para equiparse a la última y sobre todo para armarse con rifles de última generación. Según me dicen algunos testimonios, el alcohol, a veces, forma parte de la rutina y al final de la jornada siempre se caza algo, aunque sea una buena cogorza. También me han dicho que siguen existiendo los cazadores vocacionales, de perro y escopeta, de costumbres solitarias y un tremendo amor por la especie cinegética, respetuoso con los ciclos y normas que la madre naturaleza encomienda a cada especie. Estos --a veces denominados románticos, otras desfasados-- detestan las masificadas formas de acechar a las reses que tradicionalmente se reservan a la montería.

Otros en cambio --comentan en un bar-- les sube la adrenalina cuando con nocturnidad y alevosía esperan que algún reconocido trofeo en forma de cuerno o colmillo se cruce en su camino para segarle la vida, y con ello sentirse plenamente realizado. En polos radicalmente opuestos leo en algún libro están los que prefieren ver a las especies en otro tipo de lances, en su hábitat natural pero sin violencia. Cuentan que es un gustazo ver en vivo o fotografiar a esas criaturas, ser prisionero del factor sorpresa y vivir el gozo que suponen los pocos segundos de duración del lance.

Como ven, la caza da de sí para relatar muchos tipos de cuentos. Prueben y compartan un rato con alguno de estos personajes en alguna de las muchas oportunidades que a buen seguro les brindará la temporada, y después me lo cuentan.

*Técnico en Desarrollo Rural