Perdonad si me dejo caer una expresión malsonante y poco educada, pero se me pone una mala leche cuando al terminar el mes de agosto comienzo a leer en la prensa escrita y a oír en la radio y la televisión el tema repetido y ya manido de eso que se viene llamando "el síndrome postvacacional", que no puedo por menos que dedicarle un rato y relataros lo que a continuación viene.

Pero, ¿cómo es posible que alguien, que tiene la suerte de tener un trabajo y haberse pasado un mes a sus anchas, haciendo lo que le viene en gana y apetece, recorriendo la montaña o tostándose al sol, o regalándose unos paseos llenos de ocio y de cañitas frescas, relamiéndose con los exquisitos pinchos que ofrecen nuestras tabernas y bailoteando en las verbenas de las fiestas de nuestros pueblos, tenga la caradura de decir, cuando se le acaba el chollo y ve que se acerca el 1 de septiembre, que no puede afrontar acudir al puesto de trabajo porque es superior a sus fuerzas, porque tiene un tremendo síndrome postvacacional que le impide ponerse a currar?

X¡PEROx si hay más de cinco millones de personas que sólo con el hecho de saber que tenían que ir a trabajar al día siguiente sería suficiente para convertirlos en los seres más felices del universo! ¡Qué poca vergüenza! Si a todos los que les "da miedo" ir a trabajar después de las vacaciones les quitaran el trabajo, se les quitaba el miedo también al momento. ¡Ya está bien!

Claro que para curar todos estos síndromes, algunos psicólogos se pondrán las botas con sus consultas llenas de esos "pobrecitos" que después de habérselo pasado bomba durante el verano no les quedan fuerzas para ir a trabajar a comienzos del otoño. Puede incluso, y esto creo que es una maldad, que sea un invento de estos profesionales para tener más trabajo y sus consultas a tope. Me imagino una de esas consultas y lo que hablarán los "enfermos postvacacionales" con sus psicólogos.

--"Oiga, mire, es que tengo miedo de incorporarme mañana al trabajo".

--Sí, sí, dígame, pero, ¿por qué?, dígame..."

--"No, es que mire..., me he estado levantando estos últimos días, desde que me dieron las vacaciones a las once de la mañana. Luego me daba un paseo y leía la prensa. Me tomaba a la una o así unas cañas en casa de la tía Frasca , la que tiene el bar en la plaza de mi pueblo, y que prepara unas albóndigas de pincho que te puede dar algo. Luego me pasaba por la piscina y me pegaba unos largos, y con los amiguetes nos zampábamos unas sardinitas con vino que no se pueden aguantar. Y después de la siestorra, con un café solo con hielo, a la taberna, a la partida, que ya casi gano al cura al dominó...

--"Pero, bueno, usted sabe que eso está bien durante un tiempo, para descansar, pero ahora hay que afrontar de nuevo...

--"Sí sí, si sé que hay que afrontar, pero yo, perdóneme, yo no puedo...

Y así seguiría la conversación hasta que le receteran a nuestro "pobre enfermo" unas pastillas que le levantaran el ánimo y le hicieran ver que las vacaciones se habían acabado. Pero, en realidad, los que sí necesitarían una buena ayuda psicológica serían aquellos a los que, por no tener trabajo ni vacaciones, corren el peligro de padecer el síndrome de no poder padecer "el síndrome postvacacional".