De todas las cosas que se pueden decir de los relatos, la única absolutamente segura es que todos terminan. Las narraciones son solo una forma de expresión de la vida, y la vida siempre acaba del mismo modo: con la muerte. Esta certeza final y el paralelismo entre la vida y sus relatos, lo resume magníficamente el cineasta Stanley Kubrick en el rótulo que sirve de epílogo a su obra maestra Barry Lyndon, cuando nos recuerda que todos los personajes que hemos conocido a lo largo del filme, «buenos o malos, guapos o feos, ricos o pobres, ahora todos ellos son iguales».

Quizá porque el final de la vida no es muy agradable, los relatos han tenido desde su origen el objetivo de ofrecernos la felicidad momentánea de que las cosas pueden ser algo más bonitas: ese tópico «final feliz» que contienen casi todos los cuentos de hadas clásicos, y que para el cine de Hollywood fue el Happy End con el que diseñó sus ficciones casi desde el principio, manteniéndolo hasta hoy como máxima comercial, ya que al parecer la gente prefiere cuentos que acaban bien.

Aplicar todo esto a la política y, concretemos, a la situación de la política española contemporánea, es algo más que complejo. Diría que casi suicida. Y ya no solo porque las microhistorias reales que afectan a la vida diaria de la gente no suelen tener un final feliz, sino, sobre todo, porque todos los indicios que la realidad política nos ofrece desde 2008 es que las cosas pueden ser crecientemente peores de lo que esperábamos. Dicho sintética y coloquialmente, la gente no está para cuentos.

El célebre autor de El señor de los anillos, John Ronald Reuel Tolkien, escribió un ensayo titulado Sobre los cuentos de hadas (1947) en el que acuñó el término «eucatástrofe», con el que trataba de describir el final de un relato cuyo protagonista se pudiera salvar en el último momento de un destino terrible casi seguro, gracias a un giro inesperado de los acontecimientos. Es una manera de ofrecerle al lector la inminencia de un final desgraciado, parecido a lo que pasa en la vida y a lo que todos esperamos que ocurra, y cambiarlo in extremis por un buen final. No es difícil observar la realidad política española actual y acordarse de este concepto.

Quizá la obra más importante que se haya escrito sobre la construcción narrativa es Morfología del cuento (1928), del antropólogo ruso Vladímir Propp. A lo largo de este denso ensayo, Propp establece una serie de características comunes para todos los cuentos de hadas existentes: 7 personajes recurrentes, 31 elementos narrativos comunes y 151 hitos que se reproducen sistemáticamente. Entre los 7 personajes siempre hay, por ejemplo, un héroe y un antagonista; entre los 31 elementos de la narración siempre encontramos, por ejemplo, una prohibición, una transgresión, un engaño, una prueba, un viaje, una victoria, una persecución, una tarea difícil, un desenmascaramiento y un castigo; y entre los 151 hitos podemos recordar el motivo para transgredir la prohibición, la entrada en escena del héroe, la definición de la forma del combate contra el agresor, el hecho que provoca el desenmascaramiento del falso héroe o el tipo de castigo recibido. Piensen en todo momento en la política actual y verán que no resulta difícil atar cabos.

Conviene recordar que los cuentos de hadas terminaban siempre con fórmulas muy semejantes, pero quizá no todo el mundo sabe que no terminaban del mismo modo en todos los lugares del mundo. En Occidente la fórmula era «Vivieron felices para siempre» (adaptada en España como «Fueron felices y comieron perdices»). Sin embargo, en la cultura oriental predominó la fórmula que recordaba la muerte como el verdadero final de todo relato: «Vivieron felices hasta que vino aquello que destruye toda felicidad». En la cultura rusa, por ejemplo, la fórmula es «Vivieron mucho tiempo y felizmente, y murieron juntos el mismo día».

A los progresistas españoles estoy seguro de que les gustaría pensar en una eucatástrofe tolkiana, pero como la política es mucho más cercana a la realidad que a los cuentos de hadas, lo más probable es un final a la rusa.

Lo único seguro es que todos los cuentos se acaban.

*Licenciado en Ciencias de la Información.