Como decía la semana pasada el periodista Fernando Santiago Muñoz, el argumento de quienes se oponen a la exhumación de los restos de Franco es siempre el mismo: «No es lo más importante». Por supuesto. Más importante es el paro, más importantes son las pensiones, más importante es el delirio independentista catalán, más importante es la sanidad, más importante es la crisis migratoria, más importante... En fin, para qué seguir. Incluso «el éxodo venezolano» es más importante, remataba Santiago Muñoz, que, para distinguir claramente entre «lo importante» y «lo más importante», se fue también por los cerros de la hambruna en África.

Desde luego que exhumar a Franco no es lo más importante. Tanto es así que la decisión del Gobierno podría considerarse efectista, por no decir otra cosa. Pero quienes argumentan así, es decir, alegando que «no es lo más importante», es porque aún tienen presente el franquismo. ¡Franco, presente! Ignórense esos exmilitares que se dicen francamente franquistas. ¿Qué podría rejuvenecerles más que esta nueva ‘contienda’? Ignórese asimismo la amenaza judicial de la familia Franco, que apela nada menos que a la Constitución para advertir al Gobierno de tres posibles delitos: prevaricación, usurpación de funciones y profanación de tumbas. ¿La Constitución en boca de los Franco? Cosas veredes, Sancho... El problema está en quienes guardan silencio por guardar las apariencias, o por guardar lo que sea.

Hasta ahora, solo una alcaldesa de Tenerife ha reconocido que «es triste que se destierre a Franco y que, 40 años después, otro dictador gobierne el país». Así lo ha dicho, textual, y ninguna autoridad de su partido (PP) le ha pedido aún que se retracte: no por lo que ella considera triste, que es legítimo, sino por llamar dictador al presidente del Gobierno. En fin, hay silencios demasiado elocuentes. Y silencio es, y muy elocuente, el argumento de que la exhumación «no es lo más importante». No será lo más importante (aunque la Administración tiene capacidad para todo), pero sí es importante. Y lo es, como concluía Santiago Muñoz, «por dignidad democrática».