Dice Pedro Crespo , alcalde de Zalamea, que el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios. ¿Y el cuerpo? El cuerpo, nuestro cuerpo serrano, o nuestro cuerpo de regadío, parece que, cada día que pasa, pertenece más al Estado. Al cuerpo hay que ponerle cinturón de seguridad, cuando se sube al automóvil; una silla de astronauta si el cuerpo es menor de ocho años, con la que el niño apenas puede desarrollar acciones psicomotrices; evitarle el humo de los cigarros, incluso en las bodas, y ponerle las vacunas correspondientes cuando lo dispone el Ministerio de Sanidad.

Temo que dentro de poco, llamen a las cinco de la mañana a la puerta de mi casa, y no sea el lechero, que era como definía Churchill la Democracia, sino una pareja de la Guardia Civil, que me escolte y detenga debidamente, para que me ponga la vacuna de la gripe A.

Entiendo que si has comprado más de 30 millones de dosis de vacunas de la gripe A, y la demanda es más bien flojita, te entre una especie de frustración que impela a convencer a los empadronados a que se vacunen, pero al fin y al cabo el cuerpo es propiedad de la persona física, esa mismo que, cuando tiene que pagar a Hacienda por vivir y respirar en este país, se convierte en sujeto imponente.

En Francia, por ejemplo, el cuerpo médico, ha optado porque uno de cada diez cuerpos se va a vacunar, y el 90 por ciento hasta ahora ha decidido rehusar, y nadie los ha llamado irresponsables, ni les ha afeado su conducta en público. Puede que en Francia exista un mayor respeto por las libertades individuales, que incluyen el cuerpo de carne mortal, y se considere que inocularse un virus, por muy recomendado que sea por la Organización Mundial de la Salud, entra dentro del libre albedrío. Está bien que el Estado proteja al individuo, pero sin que le ordene todo lo que se debe meter en el cuerpo.