Hagan ustedes su trabajo, que yo ya estoy haciendo el mío. Y como yo, millones de personas, que se levantan al amanecer y desempeñan su tarea sin una protesta, a veces bajo condiciones lamentables y con unos sueldos míseros. Gente que luego vuelve a sus casas, besan a sus hijos si los tienen, y se sientan delante de la tele a escuchar cómo ustedes nos toman el pelo. A todos. Nosotros ya cumplimos nuestra obligación. Cumplan la suya. Votamos el día en que nos tocaba y en el colegio electoral en que estábamos inscritos. Votamos lo que creímos conveniente, o menos malo, aquí el adjetivo es lo de menos. Era domingo y llovía, lo recuerdo perfectamente. Pero allí estuvimos. Y ahora resulta que ustedes no son capaces de ponerse de acuerdo. Como niños en un patio del colegio se pegan por ver quién se la queda. Y de eso no iba la democracia, ni nuestro sistema de gobierno. Estoy segura. No pueden andar enredando en habitaciones distintas con distintos partidos. Déjense de tejer y destejer como si tuvieran que guardar fidelidad a alguien que no fuéramos nosotros, sus votantes. Aquí estamos, aguardando, entre devaneos y quiebros a la altura de un partido entre casados y solteros de las fiestas del barrio. Ahora te la picas tú, luego tú te la llevas. Un respeto. Que los demás sí trabajamos, y cumplimos las leyes del gobierno de turno. Así andamos en educación, haciendo lo que se puede, a pesar de sus locuras. Y en sanidad, y en el pequeño comercio y en todo un poco. Mientras tanto, ustedes andan cargando la gomina al presupuesto público, acaparando millones a cargo de negrolandia, preparando cursos falsos o levantando proyectos fantasma que no dan lugar ni a apariciones. Como niños, ya digo, tan crecidos. Niñatos consentidos que nos tienen en vilo a los adultos. Hagan su trabajo, pacten, lleguen a un acuerdo, absténganse y déjense de niñerías. Los padres somos permisivos, pero no tanto. Una noche de estas, cuando volvamos cansados de trabajar y nos encontremos el mismo panorama, vamos a empezar a ponernos serios. Uno no puede operar a corazón abierto, diseñar un edificio, encalar una pared, pescar un atún, arar un campo, dar una clase o pesar dos remolachas pensando que todos somos idiotas. Es peligroso sentirse idiota, uno se cansa. No agoten nuestra paciencia. Qué les ha hecho pensar que es infinita.