Profesor

La democracia española ha normalizado algunas situaciones importantes y ha solucionado muchos problemas seculares de la sociedad española. Porque lo malo no fue permanecer más de cuarenta años en una dictadura sino los efectos que nos ha dejado, de manera que a pesar nuestro deberemos hablar de ella otros cuarenta años y tratar de remediar sus efectos perversos durante medio siglo. Pues aún persisten algunas situaciones que necesitan ser normalizadas y una de ellas, y no la menos importante, es la cuestión religiosa.

Si ya había tenido protagonismo en la preparación y desarrollo de la guerra civil, durante el franquismo la religión, exclusivamente la católica, pasó a ser un apéndice del régimen, se convirtió en su más fervoroso apoyo y unió a sus muchos problemas el ser percibida como una práctica de la derecha más retrógrada. Su presencia en los medios de comunicación era obligada y permanente, si bien se optó por la manera más folklórica y menos comprometedora.

La Sábana Santa, los milagros de Garabandal o del Escorial, procesiones y acontecimientos multitudinarios pergueñaron una visión que muy poco tiene que ver con la religiosidad. Por otra parte, el régimen llevó a cabo una utilización obscena a la que graciosamente se prestó gran parte de la iglesia llevándolo bajo palio y acompañándole con el menor pretexto. Poco importaba que se censuraran las emisiones de radio Vaticano y algunas encíclicas papales. El aroma del poder, el apoyo a los intereses de grupo, tales como la enseñanza religiosa, las contribuciones económicas y la fingida defensa de los valores cristianos, fueron suficientes para justificarlo todo.

La consecuencia ha sido que hoy significarse religioso, algo tan normal en cualquier país civilizado de nuestro entorno, representa un problema pues inmediatamente se le identifica con la derecha de siempre, con la tradición más intransigente y con el pasado.

Las acciones indeseables de algún clérigo tienen una repercusión inaudita. Junto al nombre de un pederasta no aparecerá su profesión a menos que sea un eclesiástico. Cualquier actividad de una iglesia es mirada con lupa y se niegan los derechos que las religiones tienen en cualquier sociedad moderna. No es menos cierto que muchos jerarcas católicos y algunos creyentes aún no han entendido la nueva situación que se ha creado con el orden constitucional aprobado por los españoles y la iglesia parece estar muy lejos de la modernidad.

Parece que no encuentran su exacta ubicación en un país no confesional y que la añoranza del pasado, cuando su influencia y poder temporales eran inmensos, les hace traspasar su campo de actuación. Como diría Gabriel Marcel, "Roma ya no está en Roma". Pero es preciso que encontremos su exacta situación.