TTtengo un hijo de siete años que está mal acostumbrado. Pertenece a una generación de chavales que comienza a contar los fines de semana por triunfos de deportistas españoles en las más variadas especialidades. Para ellos ver ganar a Nadal, Alonso, Pedrosa, Bautista y Lorenzo se está convirtiendo en un hecho cotidiano. Lloró cuando fue eliminada la selección de fútbol en el Mundial de Alemania y disfrutó como un niño --como lo que es-- el pasado domingo cuando vio ganar a la selección de baloncesto el Mundial de Japón. ¡España es muy buena en deportes!, me dijo al acabar la gran final. ¡Claro!, le respondí, posponiendo los matices para ocasión más propicia.

Si hay deporte en el que la talla sea cuestión esencial, éste es el baloncesto. Nuestros jugadores han demostrado tener la suficiente. Y no sólo estatura física, la evidente, sino también altura moral, que ha quedado patente en cada minuto del campeonato. En el circo del deporte estamos tan acostumbrados a presenciar tanta tontería que sorprende ver a esta generación de deportistas, instalada en la elite de su deporte desde que eran adolescentes, comportándose de una manera tan normal. Han demostrado que la excelencia no está reñida con la humildad, que la ambición no es incompatible con el trabajo duro, que el estrellato individual puede ponerse al servicio del trabajo de equipo con eficacia. En otro deporte, un jugador en la circunstancia de Pau Gasol habría contemplado la final desde el palco de autoridades y con corbata. El decidió ponerse el chándal y sentarse en el banquillo, vibró con cada jugada de sus compañeros y soltó sus primeras lágrimas con varios minutos de antelación cuando fue consciente de que la victoria era irreversible.

La generosidad de estos deportistas no ha quedado patente sólo en la cancha, en donde se han vaciado hasta la extenuación, sino que la han mostrado en su acercamiento al público y a los medios de comunicación, a los que no han negado una entrevista, con los que no han tenido un mal gesto.

El domingo mi hijo me pidió que le colgase en el patio la canasta de baloncesto que dormía en un rincón de casa desde hace meses. Haber visto a la selección estos días de ensueño no habrá afinado su puntería. Pero eso no importa. Si ha captado alguna de las otras virtudes que han mostrado estos hombres en las últimas semanas, algo importante habrá aprendido. Gasol, Garbajosa, Navarro, Calderón y el resto también eran unos niños cuando vieron a otra generación de oro batirse en Cali o en Colombia con menos fortuna. Ellos han conseguido su sueño y nos han hecho soñar.

*Periodista