A las elecciones municipales para elegir alcaldes y equipos de gobierno concurren candidatos con la ilusión de mejorar sus pueblos y sus ciudades, pero en la misma línea de salida se aprestan otros ilusionados exclusivamente con robar cuanto puedan.

A estas horas, a poco más de un mes para el inicio de la campaña, las secciones locales de los partidos rebullen de ambiciones, codazos, zancadillas y charranadas diversas, sobre todo en aquellas con posibilidades de ganar, hacerse con el control de la vida cotidiana de los vecinos, administrar sus bienes comunales y tomar posesión de eso que ha resultado ser más valioso y codiciable que el oro y el petróleo, el suelo del término municipal. En esa piel de la tierra esmaltada todavía en algunos casos de árboles, lagunas, sotos, praderas y sembrados, es donde clavan la mirada los delincuentes o predelincuentes, al tiempo que ultiman el diseño de su publicidad de campaña en términos de mesianismo y demagogia. Saben esos golfos, esos truhanes infiltrados en el honorable mundo de la política, qué clase de charlatanería ha dado en el pasado óptimos resultados a los de su calaña, de modo que se hallan resueltos a echar el resto, a hacer o a prometer lo que sea, con tal de hacerse con la alcancía que guardaba los recursos del pueblo.

La política nacional ofrece también sus rendijas a los bandidos, pero tiene mecanismos de control y detectación más numerosos y eficaces que la política local, a cuyas puertas los chorizos se dan, por esa razón, tortas por entrar. Ojo a la cartera, ciudadanos. Y ojo, sobre todo, a lo que suele perderse con ella, la dignidad.

*Periodista