Arranca el Mundial de Sudáfrica. Una generación de jóvenes futbolistas españoles que mamaron de sus mayores el sentimiento trágico de la vida se ha soltado la melena, se ha liberado de complejos y se enfrenta por primera vez a la posibilidad de hacer historia en una cita global. Vienen de conquistar Europa y ahora tienen la ocasión de hacerse con el cetro mundial. Les avalan sus triunfos y una trayectoria brillante en sus clubes. Juegan como críos en el patio de colegio con la ilusión de que en cada recreo se juegan la gloria. Y contagian el entusiasmo.

Al coro universal de los elogios comienzan a sumarse los políticos. Rajoy ya ha dicho que la virtud de estos ciudadanos es que "olvidan el partidismo y dejan de lado lo accesorio por el interés de España". Y Zapatero estará preparando algún discurso que glose la virtud de los supervivientes que se mantienen en pie a pesar de las zancadillas que dan los adversarios y la vida. Al grito de "ave que vuela a la cazuela", los políticos suelen usar cualquier circunstancia para elaborar metáforas propicias, siempre expresadas en tercera persona, como si el ejemplo sólo concerniera a los otros. Igual que el éxito del formato televisivo Operación Triunfo se lo intentó adjudicar algún dirigente del PP como encarnación de los valores de la España que ellos gobernaban, los dirigentes actuales, de uno y otro color, anotarán un hipotético y deseado triunfo de la selección al haber de la España que es, aunque no lo aparente, o de la que debería ser, cuando desalojen los inútiles.

Pero cuidado con las comparaciones. En materia futbolística ningún entrenador se mantendría en el banquillo después de dos derrotas seguidas ante un rival al que considera encarnación de todas las torpezas, y ninguno conservaría su puesto tras llevar a su equipo desde la Champions al lugar de la tabla en el que habitan los discretos.