En su obra Psicología de las masas, S. Freud nos habla de un instinto gregario humano; una pulsión hacia el encuentro con los otros que empuja a los hombres a estar con la mayoría de su grupo. Esta tensión aporta el coraje a las masas cuando se enfrentan al enemigo y engrasa los mecanismos de todo colectivo frente a las incursiones y agresiones del extraño. Es muy aceptable este instinto, lógico e intrínsecamente bueno, cuando se convierte en solidaridad; es decir, en cemento o argamasa que cohesiona a los individuos ante el peligro y fomenta la unión entre ellos. Pero, por otro lado, puede ofrecer una reacción contradictoria y peligrosa: la de lanzarse a destruir al extraño, al otro , y convertirlo inmediatamente en enemigo a eliminar. A partir de este segundo punto de vista, la masa puede buscar el objeto de su enemistad en el extranjero y despertarse la ola de persecución y linchamiento.

Ofrezco este análisis porque observo actitudes preocupantes después del horrible suceso del 11-M. Al descubrirse inequívocamente que los autores del crimen son terroristas pertenecientes a células fundamentalistas islámicas, se disparan los mecanismos del subconsciente colectivo por los cauces de esa psicología de masas de la que habla Freud ; e inmediatamente se busca al elemento extraño. El peligro real está en confundir al todo con la parte y situar en el punto de mira al colectivo islámico en su conjunto.

El moro , representado en la imaginaria medieval y renacentista como un continuo objeto de temor --por la presencia de ejércitos musulmanes amenazantes en las fronteras de Europa y de turcos en el Mediterráneo--, todavía en nuestra sociedad conserva muchas antiguas connotaciones y un recelo muy racial que indudablemente es xenófobo. La historia está ahí y no puede cambiarse, con siglos de guerras y una distancia cultural considerable.

Pero el mundo avanza, el hombre evoluciona, la cultura progresa y los pueblos descubren nuevos cauces de convivencia. Y digo nuevos porque ni siquiera deben buscarse las fórmulas en el pasado. Quienes hemos estudiado a fondo el islam en la Península Ibérica medieval, sabemos bien que eso de las tres culturas no es otra cosa que un mito romántico y aquello de la tolerancia musulmana un tópico salido de la imaginación del andalucista Blas Infante . No debe confundirse lo que nos gustaría que hubiera sido con lo que en realidad sucedió. Por eso, la verdadera convivencia entre culturas, razas, religiones y pueblos es una tarea propia de las sociedades modernas, democráticas y espiritualmente avanzadas. Debe ser el principal esfuerzo de nuestro tiempo.

Hay que poner sumo cuidado para que un fanatismo no haga que se dispare el contrario (como advierte Freud ). El fanatismo es la defensa pasional de una convicción, de una creencia o de unas ideas, en un sentido exclusivista y violento, donde hay carencia de la razón. El fanatismo no admite la contradicción, conduce de manera maniquea a dividir a los pueblos entre amigos y adversarios, buenos y malos. Por eso decimos que el fanatismo, y no la religión, ha desempeñado el papel principal en los atentados del 11-M. En la Enciclopédie, en el artículo firmado por Deleyre, el fanatismo es "la superstición puesta en acción" es el fruto de la ignorancia religiosa, del alma primitiva, prerracional. Porque nada hay más claro que el hecho de que religión y fanatismo son cosas tan diferentes que llegan a ser contrarias.

Por eso debe estar alerta la religión. Pues la interpretación de los conflictos humanos en términos de guerra santa o de cruzada violan los principios básicos de la justicia y es, de hecho, una negación de la fe religiosa, al convertir al Dios que es de todos en un ídolo al servicio de los propósitos particulares de los hombres.

*Sacerdote y escritor