Autor teatral

Don Andrés Vicente Gómez, el productor de El séptimo día, la película sobre los hechos de Puerto Hurraco, se duele de la vileza de nuestros gobernantes autonómicos por las duras críticas de llevar al cine la triste historia que nos devolvió a la España profunda y a la Extremadura submarina.

Se congratula uno que un productor se duela de algo que no sean las pérdidas económicas de su chequera. ¡Algo es algo! Llegaba a más el malherido productor cuando llamaba inculto al consejero de Cultura, Francisco Muñoz. Seguro que el filántropo y cinéfilo Vicente Gómez no cayó en la cuenta que, a veces, descalificando a los demás se descalifica a sí mismo, y descalificando a los gobernantes de un pueblo, con urnas transparentes, se descalifica a los gobernados. Supongo que el consejero, al aludir a la mediocridad de Saura, aludía a la simpleza de su elección sangrienta, en una historia repleta de venganzas, amores truncados, ambiciones, etcétera.

Si se echa un vistazo a toda la historia de la literatura, no sólo hablaríamos de mediocridad, sino de lelismo crónico. Quizá la Izquierdo no era Julieta, ni el Cabanillas, Romeo; quizá no hablaban desde un balcón florido a la luz de la luna, ni con las exquisitas metáforas shakespearianas, pero fueron los Izquierdo y los Cabanillas de una hermosa y trágica historia de amor, situada, no en Puerto Hurraco, sino en Verona.

De venganzas y ambiciones, ¿para qué hablar?, ¿entonces, por qué una elección tan dolorosa y reciente? Fuera del cómputo de espectadores y taquilla, porque se aglutinan en la historia, todos los ingredientes malditos del drama rural: incultura, atraso, sentimientos primitivos; tierra, pasiones primarias, etcétera.

Si el crimen de Puerto Hurraco hubiera pasado en la Cataluña industrial y del 2000, el señor Vicente Gómez estaría derrochando su cultura y su dinero, en una adaptación picante de la Regenta, que eso sí que sería un clásico y una elección nada mediocre, sino triunfal. Nos preguntaban, hace poco tiempo en este Periódico, qué nos parecía que el espantoso crimen se llevara al cine. Como lo dije antes, lo digo ahora: Saura es muy libre de rodar lo que quiera. Que sea una leyenda o que sean hechos probados y criminalizados por la justicia, no le quita un ápice al asunto del morbo buscado y de desenterrar a unos muertos que todavía no están congelados, sino calientes y revolviéndose en su tumba. El baño de multitudes en taquilla y cine está asegurado. Se venderán paquetes turísticos para visitar la maldita calle de Puerto Hurraco, con fotografías de la esquina donde se apostaron para la caza los hermanos Izquierdo. Cáceres monumental, Trujillo renacentista y la Mérida romana pasarán a un segundo o tercer destino turístico, porque los touroperadores, al igual que los productores, saben lo que venden. Incluso los turistas con posibles, hasta puede que se hagan fotos con familiares directos de las víctimas.

¡Desdichada Extremadura! Cuando Las Hurdes se olvidaban ya de la pesadilla buñueliana, ahora renacerá en Puerto Hurraco el horror y la mediocridad sauriana. Algo de torpe debe de haber en la libre elección de Saura: para hablar de las pasiones humanas, no hay que ir a la vulgar realidad. Eso es lo que diferencia a Shakespeare de Andrés Vicente Gómez. Aunque lo uno por lo otro: para hacer una buena y jugosa taquilla haya que ir a Puerto Hurraco. Esa es su Extremadura.

¡Corten!