WLwa Cumbre Euromediterránea de Barcelona se ha cerrado con una declaración de mínimos de la presidencia, y no con un texto consensuado entre todos los participantes. Es cierto que se ha logrado aprobar un código de conducta frente al terrorismo y un plan de acción de cinco años, además de compromisos para coordinar los flujos migratorios y avanzar hacia una zona de libre comercio. Pero estos logros inconcretos, cuya medida la dará su reflejo en los presupuestos comunitarios, no colman las expectativas depositadas en el encuentro, excesivas sin duda a tenor de la realidad internacional.

El acuerdo entre palestinos e israelís sobre la definición del terrorismo resulta imposible. La disposición de Israel para cumplir las resoluciones de la ONU es inexistente, así como la receptividad de los gobiernos de los países árabes ante los derechos humanos. Y las prioridades de la Unión Europea pasan mucho más por la seguridad y el control de la inmigración que por el desarrollo compartido. La gran virtud de la cumbre ha sido reunir a más de 35 países con unos objetivos comunes. Y ése es el camino a seguir, porque nos va el futuro en que durante los próximos cinco años se redoblen los esfuerzos para hacer viable el espacio mediterráneo.