La cumbre era iberoamericana pero más se pareció a una ópera bufa italiana. En el primer acto el uruguayo Tabaré Vázquez entonó empalagosas palabras sobre la hermandad rioplatense y luego abrazó al sorprendido presidente argentino. Moratinos sonreía complacido. Pero las cosas no eran lo que parecían. En la segunda escena, Kirchner supo que antes de comenzar su discurso, Vázquez había ordenado poner en marcha la pastera del escándalo sobre el río compartido y, solo en un aparte, clamó al cielo por semejante perfidia. El Gobierno español había pedido a Vázquez que difiriera el anuncio hasta después de la reunión presidencial.

En la tercera escena la delegación uruguaya le pasó una esquela con la mala noticia por debajo de su puerta al facilitador Juan Yáñez Barnuevo , que cantó en una triste aria el final de su sueño con el premio Nobel de la Paz. Kirchner se contuvo para no responder a la provocación. Al concluir el acto solo agradeció los esfuerzos del Rey y se disculpó por la irrupción del conflicto en la cumbre multilateral. ¿Cómo manejarse con un niño caprichoso que patea los tobillos de un forzudo hermano mayor? Si le da un tirón de orejas es un grandote aprovechador, si le deja hacer, pasa por tonto. Kirchner prefiere lo segundo, por fortuna para todos nosotros.

Con mayor sutileza se manejaron Chile, Bolivia y Perú, en las diversas escenas del segundo acto. También ellos tienen sus asuntos pendientes, secuelas de la guerra del Pacífico del siglo XIX, en la que Bolivia perdió su salida al mar y el Perú su provincia de Arica. Un tema que se insinuó sin desarrollarse fue el conflicto entre Evo Morales y Lula , por la situación de Petrobrás luego de la nacionalización del petróleo boliviano.

XEN EL TERCERx acto llegó el climax con el contrapunto entre Chávez, Rodríguez Zapatero, Daniel Ortega y el propio rey Juan Carlos .

En abril, durante la convención en Filadelfia de la Heritage Foundation, el expresidente José María Aznar y su Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) instaron a "derrotar" al "socialismo del siglo XXI" promovido por Chávez. Pero una letra hace toda la diferencia. El intento de abril del 2002 no fue para derrotar al chavismo en las urnas sino para derrocarlo por las armas. Chávez respondió entonces que Aznar era un personaje de la calaña de Hitler , una exageración muy conveniente para que se perdiera de vista la enormidad de la propuesta.

Aznar tiene una prosa rústica pero un pensamiento lineal. En vísperas de la cumbre se despachó desde Miami contra el populismo autoritario y el indigenismo radical, dos de las "nuevas amenazas" identificadas por los planificadores del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Esta vez Chávez lo llamó fascista. Es muy posible que una convención de historiadores o politólogos disienta con la definición. El fascismo fue un movimiento específico de un país determinado en un tiempo que ya feneció. Pero en cualquier caso, todos entendieron qué quería decir.

Aun quienes consideran apropiado tal epíteto para definir al exlíder del PP no aprecian el sentido de la oportunidad de Chávez, quien no le creó un problema a Aznar ni a su amigo Bush sino a Zapatero y a Juan Carlos. Fue como terminar la escena disparándose un tiro en el pie. Al día siguiente, Mariano Rajoy redujo la cuestión a las amistades de Zapatero. Es un típico problema de comunicación, en este caso entre Rajoy y Chávez. ¿Cómo hacer para que Chávez se entere de que Zapatero es su amigo?

El presidente del Gobierno respondió con serenidad y precisión a la tirada de Chávez, pero en la última escena el Rey pegó dos gritos e hizo mutis por el foro.

Y aquí apareció en toda su magnitud el hiato cultural e histórico entre España e Iberoamérica. Por molesta que haya resultado la intervención del presidente venezolano, Chávez no es Esperanza Aguirre ni Jiménez Losantos , ni el Rey tiene autoridad sobre él para mandarlo a callar. Van a hacer dos siglos de la independencia de Venezuela y de la Argentina, que con la Confederación Helvética y los Estados Unidos estuvieron entre las primeras repúblicas de ese mundo occidental en cuyo nombre se siente autorizado a hablar el señor Aznar, acaso sintiendo todavía la mano sobre el hombro que el ranchero de Crawford le puso en las islas Azores.

Más allá de las legítimas discusiones de intereses, de los niveles de inversión de las empresas españolas en los países americanos, de sus niveles de rentabilidad y de las tarifas que autoricen sus gobiernos, las relaciones iberoamericanas son de interés para ambas partes. A nosotros nos ayudan a escapar del panamericanismo asfixiante que propone Washington, cuyo componente militar relega cualquier otro tema a segundo plano. A ustedes les singulariza en Europa como puente con la porción más afín del nuevo mundo, que es al mismo tiempo un mercado en acelerada expansión. Preservarlas requiere mayor serenidad, sin confundir una cumbre como la de Santiago con una emisión de Aló Presidente ni con una sobremesa en el Palacio Real.

*Periodista y escritor argentino