Aunque las decisiones que se adoptan en cumbres como la que ayer se celebró en Berlín, preparatoria de la del 2 de abril en Londres, tardan inevitablemente en llegar al terreno de los hechos, cabe hacer un balance positivo del encuentro. En primer lugar, porque se ha diagnosticado un nuevo problema: el peligro de que las finanzas de Europa del este contaminen gravemente a la banca occidental. Para ello se propone más poder y más dinero para el FMI. También se ha dado un paso decidido al frente en la lucha contra los paraísos fiscales, incluyendo posibles sanciones. A pesar de que probablemente esta decisión está muy influida por la presión que EEUU está ejerciendo sobre el banco suizo UBS, más vale tarde que nunca.

El presidente del BCE ha elogiado el sistema financiero español, cuyos mecanismos de provisiones ha puesto de ejemplo, mientras que Rodríguez Zapatero ha planteado dos cuestiones muy importantes que, de momento, no tienen una respuesta. Por eso la cumbre ha pasado de puntillas sobre ellas: cómo evitar que las ayudas públicas a los bancos con problemas se transformen en ventajas competitivas artificiales y de qué manera ayudar a las industrias en crisis, como la automovilística, sin caer en el proteccionismo.