Filólogo

Cuatro curas vascos van en las listas municipales de socialistas y populares del País Vasco, uniéndose a los voluntarios de toda España que ya habían decidido alistarse, para dar apoyo y fuerza moral a la mitad de ciudadanos amenazados por la violencia terrorista. No es normal la inclusión de curas en una lista electoral, y menos cuando la caldera electoral batasuna esta cociendo.

Estos curas no son los cuneros, aquellos políticos propuestos para un determinado distrito que desconocían y al que se acercaban el día antes de las elecciones y luego desaparecían; no, éstos viven y sufren allí, y por encima de prudencias políticas y de politizaciones eclesiásticas, han puesto en juego la propia vida: firmar como concejal por populares o socialistas en ese territorio, seas cura o ateo, es ponerte en el centro de la diana.

Con su actitud van a enfrentarse al clero que escribía al Papa solicitando la independencia vasca y a ese duro y coráceo obispo Setién, que no rinde su ambigüedad ni su púrpura. Unos curas humildes, que por encima del corporativismo confesional, están poniéndose al lado de quienes padecen persecución por las ideas. La angustia les ocupará el estómago y se extenderá, como bomba de racimo, a sus parroquianos; éstos no van a tener fácil seguir al cura españolista, al cura-concejal, en un territorio donde a diario se produce un atentado a la humanidad, al individuo y a la libertad.

No son tampoco unos fanáticos: conocen sobradamente el terreno, a las víctimas y a los verdugos, y se han decidido por aquéllas, lo que les mete de cabeza en el grupo de posibles caídos por tiro en la nuca.

En un contorno social en el que la vida está dejando de ser vivida de acuerdo con la dignidad humana, luchar por ésta y por la democracia, con una apuesta y un compromiso tan peliagudo, es como para votarles hasta con agua bendita.