Tengo un amigo que, al ser detenido por la Guardia Civil de Tráfico a la salida de una zona de caza de las tan habituales en la geografía gallega, de caza de una infracción punible, entiéndase, de un territorio íntegramente poblado de señales contradictorias y confusas en el que las señales limitadoras de la velocidad se alternan autorizando distinta rapidez en tramos semejantes, se dirigió al agente. "Pensar --le dijo-- que el duque de Ahumada creó la Benemérita Institución para la represión del bandolerismo y los asaltantes de caminos no deja de causar estupor viendo en lo que acabó el trabajo de los más de ustedes". El agente lo miró de reojo, arrió el bloc de multas como quien rinde una bandera, le saludó militarmente y dijo con laconismo: "Tiene razón, prosiga", y lo dejó escapar sin el ejemplar castigo.

Ultimamente, a las entradas de las ciudades, en esos arcos no se sabe si triunfales que les sirven de pórtico, han dado en anunciarnos la cifra de muertos habidos en los tiempos más recientes. 1.658, rezaban una noche de mediados de agosto. Todo un éxito. Además, al menos en estos lejanos pagos atlánticos del Finisterre, lo anuncian también en inglés. No se sabe si lo hacen para presumir de ello ante la foránea concurrencia o si es a causa de un deliberado lucimiento de los conocimientos idiomáticos de los redactores de noticias de la jefatura central de tráfico.

Al mismo tiempo, periódicos y revistas, telediarios y espacios radiofónicos también suelen ilustrarnos con las causas de los accidentes más terribles --la velocidad es una de ellas, el exceso de alcohol, otra--, al tiempo que igualmente lo hacen de la ausencia de aquellas medidas de seguridad pasivas que habrían paliado los mortales efectos del accidente padecido. Hacen bien en advertirnos como lo hacen.

XSIN EMBARGOx, hay circunstancias recurrentemente silenciadas; por ejemplo, la sistematicidad con que determinados accidentes se producen en concretos tramos de nuestras carreteras y autovías. Sin ir más lejos, aquí cerca de esta habitación sin vistas desde la que escribo, una autopista lució durante años unos magníficos carteles anunciadores de que el firme estaba recién echado y que por ello se debería circular con precaución. A estos efectos recomendaba los 90 km/h, en vez de los 120 que el precio del peaje indicaba como posibles y no solo como deseables. Ese firme llegó a ser el pavimento nuevo más viejo del mundo. Duró años y años. Durante ellos, en ese mismo tramo, abundaron las multas y los accidentes mortales. Un oportuno artículo denunciando la permanencia del cartel animó a los responsables a sustituir el viejo nuevo pavimento y, desde entonces, nadie se ha vuelto a estampillar.

Por eso sería deseable que esos concretos tramos de nuestras carreteras y autopistas fuesen debidamente denunciados, a fin de que fuesen variados sus peraltes, alterados sus badenes, reformados sus tramos de incorporación o incluso las señalizaciones que nos los señalan con la perfección debida y exigible. Se ahorrarían muchas vidas. E incluso muchas multas. Los guardias civiles de tráfico dejarían de andar a salto de mata, escondidos en lugares al acecho del incauto, y podrían ocuparse en labores mucho más humanitarias que las de la simple caza al acecho en la que vienen siendo utilizados, no desde ahora, sino desde hace ya demasiados años.

¿Y mientras? Pues mientras podríamos ahorrarnos los anuncios en inglés de nuestras realidades más macabras. Hay muchas razones para ello. De hacerles caso a los defensores a ultranza de que la utilización del resto de los idiomas españoles pone en evidente peligro de extinción la lengua castellana, esta utilización de la lengua inglesa puede incrementar el afán de tan aguerridos defensores de las supuestas esencias patrias, dando por hecho que estas sean unas y no puedan ser nunca otras. Quién estableció principios y esencias tales es un misterio todavía por resolver como si de un arcano se tratara.

Es curioso este país llamado España. Al menos es entretenido. En él, resultan de una sofisticación extrema la Pantoja cantando sus pesares o de una intelectualidad sublime la insigne dramaturga Ana Obregón y sus familiares y bancarios avatares, al tiempo que, no quiero decir una sardana, pues podría resultar obsecuente, pero sí que resulta paleta una muñeira bailada con mesura y contención, debidamente punteada. ¡Cómo resulta de soez una muñeira! Y un vasco soplando el txistu o pegando saltos. ¡Ah, caray! En cambio, los anuncios en inglés, ¿qué me dicen de los anuncios en inglés?

Y es que somos así. Hace años (y ya termino) se discutió en ámbitos universitarios la denominación de la hoy conocida como Universidad de Vigo. Hubo quien propuso la de Portodoboi. Y quien se negó encarnizadamente a ello aduciendo que constituiría una aldeanada imposible en cualquier país anglosajón. Entonces, el profesor Navaza saltó como un resorte y aportó un dato, el de la universidad de Oxford, al aguerrido opositor a la utilización del topónimo del lugar en el que hoy se asienta la universidad del sur de Galicia. "¡Por ejemplo!". Asintió este con entusiasmo. Ignoraba que precisamente eso significa Oxford: Puerto del Buey. Quizá tan distintas actitudes se deban a que en la pérfida Albión no anuncian muertes en la más que sublime lengua castellana. Esperemos que no cunda nuestra actitud. Un mundo así sería irresistible.

*Escritor